Querrá ser recordado como promotor del tranvía, del NAP y de la cooperación con África. Creerá que se ha ganado la inmortalidad, un puesto de honor entre los hombres ilustres, el padre de Tenerife. Mucha iniciativa y tanta desidia. Luces y sombras. Obras conclusas con éxito y proyectos esbozados para quien tome el relevo, todo con mucho retraso. Con don Ricardo ocurre como con la casa del rey, que disfruta de su propio pacto de no agresión. Porque me quedo solo. Nadie, ni siquiera la oposición, cuestiona las proporciones adquiridas por el Cabildo de Tenerife ni la metamorfosis que ha sufrido nuestra primera institución, otrora garante de la representación insular en Cortes, ahora convertida en una enorme máquina administrativa que fagocita competencias por arriba (del Gobierno Autónomo) y por abajo (de los municipios), ni mucho menos aquellas cuestiones trascendentes sobre las que sí tiene obligación de actuar postergadas sine die.

Deudas. Enumero tres: la gestión del agua, la gestión de los residuos y la planificación territorial; nada glamuroso, por cierto. Porque el Cabildo, a través de su inexpugnable Consejo Insular, asume la depuración de aguas residuales -por delegación de los ayuntamientos, en toda lógica- por la condición comarcal de las infraestructuras y la economía de escala, mas no cumple con la norma ambiental vigente; el vecino paga por depurar toda la que consume, pero la mayor parte se vierte al mar sin el tratamiento adecuado: un servicio público abonado y no prestado, la cosa es grave. Además, también por delegación expresa, entierra la inmensa mayoría de la basura en el enorme agujero de Arico, renuncia a su incineración para la reducción de volumen y su aprovechamiento energético, y adopta como dogma de fe la recogida selectiva aunque no haya salida viable para el material disgregado. Y los planes insulares -qué pereza- que proponen un modelo encorsetado de desarrollo, sin discusión política previa, que dificulta el encaje de la iniciativa privada y de las nuevas ideas; un freno que impide inversiones y sin ellas más paro, etcétera.

En el poder. Ganado en defensa del interés de cada individuo con el arte del "qué hay de lo mío", voto a voto. Quizás hoy usted no esté de acuerdo conmigo, con mi visión discrepante: el díscolo en solitario debe estar equivocado. Y no imagine cuentas pendientes, que no las hay. Tuve la oportunidad de trabajar con Melchior en un asunto complejo que salió bien y nos conocemos hace mucho. Hace unos meses me mostró su disgusto porque en esta misma columna califiqué de bolchevique su política con las empresas públicas participadas por el Cabildo, que participan en la economía como un operador más, distorsionan el mercado y cuyas pérdidas se cargan al erario. Creo que no le gustó reconocerse tan a la izquierda ni que le enmendara la plana. "No tienes ni idea", me dijo, "el Cabildo solo intervine donde no actúa el empresario". Esa era mi crítica.

Renuncia. La explicación oficial, por interés del partido, la pretensión de promocionar a su delfín, Carlos Alonso, cara a las próximas elecciones. No me parece bien, los votantes eligieron a Ricardo y no a Carlos, una conducta deplorable, ni creo que tal apaño beneficie a este último, preparado para ganar en las urnas y ejercer el cargo con solvencia, en su caso. Distinto sería que Melchior admitiera su incapacidad y dimitiera como ejercicio de responsabilidad. No solo por la desorganización interna, el agua, los residuos, el planeamiento o las empresas públicas, sino porque reconozca la decadencia de una isla, de su puerto, el retraso con el anillo, los hospitales comarcales o las líneas de alta tensión, y la falta de ideas para financiar Titsa, el ITER o el IASS.

Herencia envenenada. El tiempo pondrá a cada cual en su sitio.

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