Casi todo en esta vida tiene su explicación. Verbigracia, que un prestigioso ingeniero de caminos, durante más de treinta años destacado director de importantes obras hidráulicas en anarias -entre ellas la perforación de la galería que permitió llegar a la Fuente Santa tres siglos después de que la sepultase un volcán-, haya acabado en la onsejería de Hacienda con el encargo de tasar fincas urbanas. Una tarea de la que no puede ocuparse porque está reservada, por ley, a los arquitectos y aparejadores. Algo que no es arlos Soler.

onocí a arlos en 1985 mientras preparaba algunos reportajes sobre galerías de agua, tanto en Tenerife como en El Hierro. Posteriormente hemos coincidido en numerosas ocasiones. Visité de su mano la citada Fuente Santa y pasé una de las mayores vergüenzas profesionales cuando un corresponsal de prensa, celoso sin fundamento y bobo de baba, montó en cólera y consiguió que Perestelo, entonces parlamentario en ortes, abandonase una sesión en el ongreso de los Diputados para enviar a un mandado con el encargo terminante de prohibirnos acceder a la galería. Soler, que seguía siendo el director de esa obra, lo mandó al carajo.

Durante los dos o tres últimos años, la verdad sea dicha, las veces que me he reunido con arlos han sido para reírnos de cómo se están haciendo algunas cosas en estas Islas. Una risa amarga, naturalmente, pero siempre es mejor eso que llorar. En febrero me dijo que lo iban a trasladar a la onsejería de Hacienda. "¿Pará qué?", le pregunté. "Para que haga tasación de edificios", fue su respuesta. Para joderlo vivo -y esto lo digo yo, que nunca he tenido papas en la boca-, porque así han actuado siempre los mediocres políticos que campan a sus anchas en un país esencialmente vulgar como lo es este. El lunes pasado me llamó para decirme que el traslado se había consumado. "¿Y qué haces durante toda tu jornada laboral?", le pregunté. "Nada; estar sentado en una silla, que además está coja". El perfecto esperpento.

Me refería al principio a una explicación para casi todo. Lo normal es que los contratistas de cualquier obra pública quieran entrevistarse con el político responsable de la misma. En otros tiempos el político avisaba al funcionario responsable -al técnico- para que estuviese presente. Ahora no. ¿Por qué? No lo sé, aunque me lo imagino. Actualmente tanto la empresa adjudicataria como el político suelen negarse a que los funcionarios, que son quienes en definitiva ejercen un control imparcial dentro la Administración, estén presentes. Eso sí, luego los obligan a firmar lo que no es; entiéndase precios que no estaban en el contrato, mediciones de obra artificiosamente aumentadas y enjuagues por el estilo. omo arlos Soler siempre se ha negado a este juego, ha terminado calentando una silla; encima, una silla coja. Así actúan Rivero y sus mariachis. Mariachis políticos, claro; no vaya a ser que también tenga que contribuir, vía pleito civil, a los remates de la mansión de El Sauzal.

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