No amanece un solo día sin que debamos informar de alguna fechoría política cometida por Paulino Rivero. La de ayer, debidamente recogida en nuestra portada, se refería a esos tres mil empleados públicos que han sido engañados por el Gobierno de Canarias. Ese tinglado en el que participan mancomunadamente los perdedores de las últimas elecciones. Unos 3.000 empleados públicos que no son fijos acaban de hacer un frente común para exigirle al Ejecutivo autonómico que deshaga el cambio que incluyó en sus nóminas sin avisarles: los ha pasado de trabajadores indefinidos a temporales, y lo ha hecho, insistimos, sin avisarles.

Es una desgracia seguir colonizados en pleno siglo XXI por un país cuyas costas están nada menos que a 1.400 kilómetros de las nuestras. Es una desgracia y un infortunio que las decisiones sobre nuestros asuntos no las adoptemos nosotros, sino que lo hagan los gobernantes españoles en la capital de la Metrópoli, a 2.000 kilómetros de distancia. Es una desgracia, un infortunio y un crimen que la Hacienda española arrase con el fruto de nuestro trabajo para cuadrar las cuentas del Estado, y además sin conseguirlo. Y es una desgracia, un infortunio, un crimen político, una tragedia, una plaga bíblica y una de las peores calamidades que puede sufrir un pueblo estar gobernado por un necio político como lo es Paulino Rivero. Un hombre que está haciendo del engaño perpetuo su forma de actuar en la vida pública. Hoy son los empleados de la Comunidad Autónoma a los que tima descaradamente, ayer fue una institución muy querida en Tenerife cuyos fondos ha ordenado saquear -y lo ha hecho con la participación en plan correveidile de una señora a la que creíamos más inteligente, aunque nos está demostrando que se comporta como la marioneta de un simple gangochero de la política-, anteayer fueron los niños necesitados a los que les quitó la comida de la boca para seguir subvencionando a dos periódicos que tiene descaradamente comprados y mañana Dios dirá; el caso es cometer una tropelía tras otra. Por cierto, ¿va a seguir exigiendo tal señora que le entreguen el talón con esos fondos para que Rivero pueda presumir de que alimenta a los niños hambrientos? os parece bien que el presidente regional trate de reparar en la medida de lo posible algunas de las muchas tragedias que ha ocasionado con su gestión políticamente torpe, nefasta y déspota, pero que lo haga con su dinero, no con el que le sustrae a la principal isla del Archipiélago. Ese dinero, lo repetimos un día más, es del pueblo, no de Rivero y de sus compinches políticos.

Desmanes que no le afean algunos medios de comunicación. Jamás oiremos una palabra en contra suya en esa Televisión Canaria que derrocha tantos y tantos millones; tanto y tanto dinero imprescindible para aligerar las listas de espera sanitaria -en las que se sigue muriendo la gente- o para atender a las decenas de miles de desempleados en cuyos hogares hace meses que no entra un céntimo.

Le queda dinero también al presidente para untar a un marimarica de Las Palmas que ayer volvió a arremeter contra una persona seria, como lo es el editor de EL DÍA. Rivero ha dicho que no descansará hasta acabar con José Rodríguez. Podríamos decir, en tono altivo, que veremos quién acaba con quién. Sin embargo, no nos gusta el lenguaje prepotente y amenazante. o lo necesitamos para decir la verdad y, con esa verdad que siempre termina por imponerse, defender al pueblo canario. Queremos liberar a los canarios de las cadenas que los esclavizan. ¿Es eso un crimen? Parece que sí. Increíblemente, los ataques más virulentos los estamos recibiendo del presidente de Coalición Canaria; de un partido que se declara nacionalista. Una formación cuyos dirigentes ya habrían pedido la independencia hace años si fuesen auténticamente nacionalistas. Lo que piden, en cambio, es una moción de censura contra Rajoy. ¿Qué coño nos importa a los canarios lo que haga el presidente del Gobierno español? Allá se las entiendan con él los españoles, que para eso son españoles.

Da pena que todo un presidente del Ejecutivo canario haya decidido poner la defensa de sus actuaciones en manos de un pajarraco canarión. Un individuo condenado varias veces por haber ofendido, tanto de palabra como por escrito, a personas decentes y también a jóvenes inocentes cuyo honor, según el Tribunal Supremo, ha mancillado. Un tatarita que también ha arruinado la carrera profesional de una magistrada a la que utiliza para medrar en los ambientes judiciales. Como dice el refrán, díganos con quien anda y le diremos quién es usted, señor presidente.