El domingo por la noche estuve buscando en las versiones digitales de los periódicos británicos noticias sobre lo último del caso Bárcenas. O del "caso PP", e incluso el "caso Rajoy", como insiste cierto periódico muy progre en renombrar el asunto. spaña ya no es -afortunadamente- un país de golpes de stado militares, pero lo sigue siendo de intentonas mediáticas. Ocurrió en marzo de 2004 y está sucediendo ahora. ntonces supuso la derrota de un partido -el PP- que estaba a punto de volver a ganar con mayoría absoluta. ¿Acabarán también ahora los espadones de la comunicación con la cómoda mayoría de Rajoy? ¿Se contentarán con sustituirlo por otro líder del PP, darán el paso a la moción de censura o, como quiere Izquierda Plural -léase el comunismo vengativo de siempre-, se disolverán las Cortes? Una pregunta cuya respuesta conoceremos, como muy tarde, a la vuelta de las vacaciones.

No había noticias de última hora en la prensa digital inglesa sobre Bárcenas pero sí sobre la cornada recibida por una chica australiana de 23 años en los Sanfermines. l miura no iba por ella; perseguía a un individuo que presumía de su nacionalidad valenciana con camiseta incluida. l tipo escapó con un testarazo pero el astado, dispuesto a no perder el viaje, le hincó el cuerno a la guiri lo suficiente para triturarle algunas costillas y perforarle un pulmón. Sobrevivirá, aunque recordará toda su vida que ciertas aventuras no son tan inocuas como las que se ven en esas películas en las que el bueno, o el malo, mueren justo a tiempo de resucitar en el próximo film del género.

¿Qué hacía una australiana de 23 años en una calle de Pamplona un domingo a las ocho y dos minutos de la mañana? Otra buena pregunta a la que responde perfectamente la estadística. Solo cuatro de cada diez tipos -y ahora también tipas- que corren delante de los toros son españoles. l 22,5% vienen de stados Unidos ex profeso para la ocasión, mientras que un 13% son australianos. Del Reino Unido de la Gran Bretaña llegan el 6,3% de los deseosos de darse un chute de adrenalina. Dicen que el culpable es Hemingway y su novela "The sun also rises" -escueta y desafortunadamente traducida al español como "Fiesta"- al dar a conocer los encierros en el mundo anglosajón.

Puede ser. Pero el riesgo también se siente saltando desde un puente atado por una cuerda elástica, o conduciendo una moto a 240 por hora. A lo mejor conviene pensar que cada vez son más los jóvenes a los que no les vale la vida virtual. Gente asqueada de la artificialidad que ansía saber a qué sabe el vino bebido durante toda una noche de farra y también, por qué no, qué se siente al correr delante de una bestia de 600 kilos que puede matarnos de verdad, en menos de un segundo y sin importarle lo que hace. Algo difícil de encontrar en las paradisíacas playas de Australia o en la cuadriculada Alemania, salvo que nos coma un tiburón o nos atropelle un tren rápido, si bien eso, ni tiene gracia, ni resulta novelesco. Lástima que en este país, envidiado por cientos de millones de personas en todo el planeta por nuestra idiosincrasia y tradiciones, las peores cornadas son las que nos damos nosotros mismos.

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