El espionaje se ha revelado más como una ciencia que un arte, fruto de la necesidad de saber lo qué hace el otro sin que se percate de que es observado o escudriñado hasta el más recóndito rincón de su patrimonio tangible o espiritual y en su versión más agresiva constituye una herramienta bélica ya sea en tiempo de paz o de conflicto. xplorar u observar sin ser detectado constituye la esencia misma de esa conducta propia de la condición humana frente a potenciales o declarados adversarios o competidores en la lucha por la supervivencia o la supremacía cuya técnica se ha perfeccionado con el paso del tiempo al socaire de los avances tecnológicos. sta actividad es tan amplia como el abanico de exigencias que la soportan o justifican, desde los ámbitos económicos, financieros, sociales, científicos, industriales y militares, con la particularidad de que es tan antigua como la historia de la humanidad misma y encontramos una referencia inequívoca en el episodio de los espías que mandó Moisés para ver la tierra de Israel (Números-Bamidbar-, 13:1-3) y el desánimo que causó el informe desfavorable sobre los habitantes de Canaán. Aunque su connotación nada tiene que ver con los acontecimientos que han sacudido la actualidad política internacional, propia de los temores y fantasmas de la Guerra Fría, aunque pudieran estar fundados ante el peligro manifiesto del terrorismo en sus vertientes políticas y religiosas, no sólo atribuibles al islamismo radical que amenazan el modelo de vida y civilización occidental.

ste ejercicio resulta incompatible con la confianza y la lealtad entre iguales o entre elementos que comparten ideales, civilización bienes e inquietudes comunes, verbigracia stados Unidos y Unión uropea, o entre socios, colegas o amigos, por el mor de la seguridad que la praxis ha demostrado que no es infalible en su totalidad. Pero también es cierto que no podemos obviar que la información es poder y, por tanto, se cotiza como un bien bastante caro, por el que no se escatiman esfuerzos o métodos para obtenerla, incluso a costa de vidas humanas o de otra naturaleza, pero sí podría ser comprensible ante una situación de inseguridad, recelo o desconfianza entre sujetos o grupos desconocidos hostiles.

Sin embargo, el espionaje tiene su propia horma en el zapato: sus disidentes, como el caso más notorio encarnado de dward Snowden (que ha destapado las presuntas vergüenzas o intimidades de los servicios secretos de stados Unidos y que ahora se lo disputan precisamente países que no son un ejemplo claro de respeto y defensa de los derechos humanos en sus respectivos territorios) deja al descubierto sus propias deficiencias y debilidades. Pero lo realmente inquietante es que los ciudadanos se hayan convertido en potenciales enemigos del poder establecido y, por tanto, factibles de ser espiados a costa de su libertad, y en aras de una seguridad que prácticamente es una entelequia.

La función del espionaje se agota cuando el actor de la misma es descubierto por la inteligencia del supuestamente espiado o por la debilidad o conciencia del sujeto frente a la maquinaria que supera todos los registros del propio Orwell.