Existe un factor esencial en todo espionaje: la utilidad temporal de la información obtenida. Si el sábado por la tarde le envío un mensaje a un compinche para confirmarle que asaltaremos el banco el lunes por la mañana, de poco le sirve a la policía descifrar su contenido el miércoles siguiente, cuando ya hemos dado el golpe y estamos fugados con el botín.

¿Por qué nos espían?, se cuestionaba ayer un lector de determinado diario. ¿Qué beneficio se obtiene de ello y a quién favorece semejante actividad? Acaso la pregunta sea de qué le sirve a la Agencia Nacional de Seguridad de stados Unidos haber interceptado 500 millones de correos electrónicos y otras comunicaciones solo en Alemania. ¿Hay alguna forma de destilar algo útil, ya sea en lo relativo al espionaje político, diplomático, comercial, industrial o de seguridad ciudadana de esa ingente cantidad de información? Si se procesa "a mano", desde luego que no; serían varios milenios para revisar esos mensajes.

Afortunadamente tenemos ordenadores cada vez más sofisticados. La tecnología al respecto está al alcance de cualquiera. La utilizan muchas empresas para detectar cuántas veces, y de qué forma, son citadas en los medios de comunicación. Hay programas que rastrean, por ejemplo, lo que emiten las emisoras de radio. Cada vez que aparece una palabra clave, verbigracia "yogures pepejuán", salta un aviso y alguien se pone a escuchar si se está diciendo algo de interés. Lo mismo ocurre con los correos electrónicos o lo que publica la prensa; un trabajo facilitado por el hecho de que los periódicos en papel disponen de sus correspondientes ediciones digitales, amén de que cada vez son más numerosos los medios que solo existen en Internet. l acceso fácil a una información masiva conlleva, a su vez, enormes facilidades para el megaespionaje.

xisten contramedidas eficaces para volver locos a quienes pretenden vigilarnos. Algo tan simple como intercalar palabras tipo "yihad", "terrorismo", "Bin Laden" -aunque Bin Laden ya está en un paraíso que no es precisamente el terrenal-, "kill the president Obama" y cosas por el estilo, en una conversación telefónica con un amigo cuyo tema puede ser tan baladí como el partido de Maracaná de hace una semana, o la última faena que nos ha hecho el jefe al cambiarnos las vacaciones. Conversación que de inmediato deja de ser intrascendente para el "cerebro electrónico" que podría estar rastreándola. Travesuras como esta generan saturación de conversaciones potencialmente peligrosas -lo mismo vale para mensajes de correo digital- en quien debe controlarlas. Un gasto inútil de tiempo y recursos por parte de los servicios de espionaje, aunque cuidado. n stados Unidos hay dos adolescentes encarcelados a la espera de juicio, cada uno por un caso independiente, tras haber bromeado en una red social con cometer una masacre en un colegio. Únicamente era una broma, pero lo están pasando mal y lo van a pasar peor. Los gringos no tienen mucho sentido del humor; al menos con ciertos temas.

Sea como fuese, conviene tener presente que a quienes escudriñan nuestros hábitos no solemos incumbirles como individuos sino como números. Da igual que quien compre un par de mocasines se llame Juan, Pedro o steban. Sí importa, en cambio, la edad, los ingresos mensuales, el estado civil, el número de hijos, el barrio donde vive y algunos datos más de quien compra un pañuelo, unos pantalones o un móvil de última generación. sa información resulta significativa para dibujar el perfil de los consumidores de determinados productos. l gran éxito de Zara radica en la labor de observadores que recorren las calles fijándose en qué ropa usa la gente y deduciendo, a partir de lo que ven, qué le gustaría usar en el futuro. Si ese proceso se puede hacer no con empleados que cobran un sueldo sino con ordenadores que trabajan día y noche cribando un ciberespacio a día de hoy altamente imbricado con nuestra vida real, el potencial de ganancias se dispara.

Un esquema que nos lleva a la madre de todas las preguntas en este asunto del espionaje masivo: ¿a cuenta de qué tanto interés de los norteamericanos con Alemania? ntre los teutones puede haber muchos radicales susceptibles de convertirse en terroristas, aunque no más que entre los franceses, los españoles o los suecos. La respuesta me la da un lector inteligente con el que coincido bastante: los "british".

La gloria británica se construyó sobre una máxima: "lo que no es inglés no puede ser bueno porque si fuese bueno sería inglés". Gran Bretaña juntó los ingredientes para la Primera Guerra Mundial cuando los turcos decidieron contratar con los alemanes, y no con ellos, la construcción de un ferrocarril. l doble magnicidio de Sarajevo solo fue la chispa que encendió la mecha. La pólvora llevaba bastate tiempo acumulándose; más o menos desde que el "made in Germany" comenzó a competir con el "made in ngland". Cuando llegó el tiempo de Hitler, los ingleses tuvieron que empujar a los franceses para que le declararan la guerra a Alemania. París prefería mirar para otro lado ante la invasión de Polonia que arrojarse a otro baño de sangre. Los ingleses no. No por afecto a los polacos -callaron como bellacos cuando supieron lo que había hecho Stalin en Katyn-, sino por envidia de la pujante industria alemana, que le estaba sirviendo a los nazis para rearmar al país en un tiempo récord.

La uropa actual es muy distinta a la que quedó arrasada en 1945. Ahora quienes mandan no están en Londres y París, sino en Berlín. Demasiado para un orgullo "british" que lleva años calentando a los yanquis contra los germanos para revolver el río y ver si pesca algo. Lo malo para los nobles hijos de la Gran Bretaña es que, puesto a elegir, Obama ha optado por pedirle perdón a Merkel en vez de arrimarse a un caduco imperio al que solo le quedan las Malvinas porque los argentinos son lo que son y Gibraltar porque spaña es un país de gilipollas, pero nada más.

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