El sábado por la noche, Santa Cruz parecía una ciudad fantasma. No había coches ni gente en las calles y no puedo pensar que la razón fuera el España-Haití en Miami, porque este partido despertaba más bien poco interés. Ese auténtico desierto se trasladó luego a mi sueño de esa noche, pues mi pesadilla giró en torno a una ciudad solitaria, azotada por el advenimiento de un final del mundo muy particular. La gente huía hacia ninguna parte y era muy difícil encontrar un medio de transporte para completar esa huida. La mañana siguiente dio pábulo a una realidad aún más desesperante que aquella visión: Sonia, la hija de mi gran amigo Antonio Graña, con el que viajé y lo pasé en grande tantas veces, me mandó un mensaje para comunicarme el fallecimiento de su padre. Me ha causado una gran impresión. Con Antonio Graña -el coronel Graña en una de mis novelas- desaparece un amigo entrañable. Una de las personas más desprendidas, generosas y cabales que conocí. Como no sabía que estaba tan enfermo, me he quedado mucho más apenado. Un día contaré las aventuras de Graña y sus amigos, entre ellos yo, en un viaje inolvidable a Venezuela. Descanse en paz.

2.- Anda renqueante mi amigo Richi Tavío, a quien el día 18 le entregarán la Medalla de Plata de Tenerife por su trabajo, ya lejano, en el Patronato de Turismo de Tenerife. Ricardo es una gran voz -no sé si tenor o barítono, ya no me acuerdo-, que se luce cantando ópera y zarzuela en el Casino de los Caballeros, junto a un coro de veteranas voces aficionadas y bailarines de minué. Hacemos votos por su recuperación y lo veremos el día 18, en el Cabildo, recoger esa merecida recompensa, concedida en los tiempos de Adán Martín, paz descanse, y aún no entregada, nadie sabe por qué. Ahora se repara este olvido; y yo espero que Richi no se entregue a un metisaca musical, como una vez que se sentó en una mesa de "La Riviera", donde yo cenaba con José Emilio García Gómez, y se arrancó con el "Va pensiero". Me vi convertido en un esclavo más del coro, ante el estupor de los restantes comensales del restaurante.

3.- La ciudad seguía solitaria a mi regreso de Tacoronte, donde cené. Todo eso dio lugar a mi posterior sueño, tan apocalíptico. Y es curioso: las tres veces que me levanté esa noche, desvelado, no fueron capaces de interrumpir el argumento del sueño, que seguía presidiendo, inexorable, mi descanso con una contumacia digna de mejor causa. Es difícil que uno pueda hilar la trama de un sueño, cuando recae en él después del despertar. Pues ocurrió. El fin del mundo duró hasta bien entrada la mañana, cuando sonó el teléfono. Alguien me preguntaba si había leído la entrevista sobre "El zahorí del Valbanera" hecha a su autor, Juan-Manuel García Ramos, y publicada en este periódico. Por cierto, muy buena. Ya hablaremos.

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