Es posible que se haya intentado antes porque siempre ha interesado a los científicos saber la razón de que, en los seres humanos, unos sean más inteligentes que otros. Se han aportado mil respuestas a esta pregunta, mas ninguna de ellas ha sido plenamente aceptada por quienes investigan el asunto. El medio donde se nace, el ambienten familiar, los amigos que se tienen a lo largo de la vida, la fortuna personal, las facilidades que se proporcionan al individuo para desarrollar su actividad profesional, etc. se analizan de manera concienzuda cuando alguien destaca en algún campo de trabajo, siendo raro el estudio que no termine mencionando el coeficiente intelectual del "afortunado".

Es famoso el caso de Einstein, de quien se conserva el cerebro. El doctor T. S. Harvey, sin consentimiento de sus familiares, se apropió de él para investigarlo a fondo con el propósito de averiguar en qué se diferenciaba del que tenemos el resto de los humanos. Partía, creo yo, de un supuesto bastante verosímil, cual es creer que en efecto existen diferencias, puesto que no de otra manera se podían concebir los éxitos del sabio en varios campos de la ciencia. Lo mismo que para Einstein, se podría aplicar esa suposición a quienes tienen la extraordinaria capacidad de aprender idiomas, de jugar al fútbol o de hablar en público; se trata de una especie de carisma o habilidad que les permite destacar en campos que a los demás mortales nos están vedados o no hemos podido desarrollar.

El problema nace, si aceptamos esa premisa, de que pocos llegamos a percatarnos del campo que nuestro cerebro ha determinado como más idóneo para desarrollar nuestra actividad futura. Son miles -yo diría millones- las personas que, tras desarrollar un trabajo con gran éxito durante muchos años, de pronto se dan cuenta de que aquello no es lo suyo; de que eligieron mal su profesión -a menudo influenciados por sus propios padres-; de que habrían rendido más si hubiesen meditado con más rigor qué camino tenían que tomar cuando el momento de la elección se les presentó.

No quiere esto decir que, a partir de entonces, nuestro hipotético profesional vaya a dejar de prestar servicios a la sociedad con el interés que se le exige; ni mucho menos. Un cirujano del tórax, por ejemplo, puede descubrir tras un largo período de actividad que de haberse dedicado a la siquiatría -con todo lo que supone el estudio del cerebro humano- su papel social habría sido aún más relevante, pero sin duda alguna continuará realizando las operaciones de pulmón con el mayor interés, así como experimentando igualmente la mayor alegría al tener en sus manos el tumor maligno que acaba de extirpar. No obstante, no tendría nada de particular que, a partir de ese momento, para satisfacer su hasta entonces oculta aspiración, comience a estudiar las materias que la siquiatría exige para doctorarse en esa especialidad.

Y es en este punto cuando planteo la pregunta que ha motivado todo lo anterior: a los políticos, a quienes ejercen la a veces tan denostada "res politica", ¿qué se les exige para desarrollar esa labor? Podría citar ahora mismo varios nombres que me vienen a la memoria sin esforzarme para recordarlos, ¿pero qué decir de esos que figuran en las listas de elegibles que vemos en los colegios lectorales cuando toca elecciones? ¿Qué puede aportar la mayoría de ellos -siempre hay honrosas excepciones-, si son elegidos, en la dirección de un área que normalmente desconocen?

Uno se pregunta a veces, por ejemplo, qué haría un ATS al frente de la concejalía de urbanismo de un ayuntamiento. La respuesta es clara: no haría nada, pero para resolver su incapacidad e ignorancia lo primero que hará es nombrar a unos asesores -normalmente, amigos- para que le ayuden a resolver los problemas que se le presentarán en el desempeño de su cargo. De ahí el alto presupuesto de muchos negociados en algunos ayuntamientos -también en cabildos, diputaciones y gobiernos-, lo que disminuye de manera sensible los fondos para la realización de obras que redundan en beneficio de los ciudadanos.

¿Qué hacer, entonces, para salir de este dilema? Creo que la respuesta es evidente: utilizar a los funcionarios que están al frente de dichos negociados, quienes con una experiencia acumulada durante años de trabajo sin duda alguna sabrán enfrentarse y resolver los problemas de cada día. Esto, sin embargo, provoca un nuevo problema: ¿cómo contentar entonces a quienes nos apoyaron durante la campaña electoral?

Seguiremos como estamos... o a peor.