Me gustaría -y no soy el único- ver a diputados de partidos que nunca gobernarán en este país, por la sencilla razón de que difícilmente dispondrán de los votos necesarios para hacerlo, sentados durante un par de meses en el despacho de presidencia de La oncloa. Hablo de gente de IU -o Izquierda Plural, pues el nombre se lo cambian cada poco- y partidos similares. Sería interesante comprobar hasta qué punto son capaces de adoptar las medidas que hoy vociferan en la vía pública sin que se les caiga el tinglado encima, e incluso sin que arremetan contra ellos sus propios seguidores.

El caso del PSOE es distinto porque los socialistas sí han gobernado. Lo han hecho hasta hace poco más de un año. Zapatero, consecuente con sus ideas -eso hay que reconocérselo- llevó las políticas sociales más lejos de la prudencia cuando ya no había dinero. ¿Se puede ser excesivo atendiendo a quien lo necesita? Sí, si las subvenciones van a manos de quienes no las precisan realmente, o al menos no de forma acuciante. Una parte de la población nunca podrá valerse por sí misma. Se trata de un concepto que manejan los estadistas, aunque rara vez lo hacen de cara a la galería. A las sociedades modernas les resulta más rentable subvencionar cierto porcentaje de paro -de pobreza, si se prefiere este término- que generar las condiciones para que todos trabajen por una sencilla razón: organizando un país forzosamente para que todos sus ciudadanos estén ocupados se termina por impedir que ganen más, y por lo tanto que paguen más impuestos, quienes están en condiciones de ascender en la escala económica siempre que existan determinados grados de libertad. Es decir, un país llega a ser más rico en su conjunto -paradójicamente, también menos excluyente- aplicando recetas liberales aunque eso conlleve que algunos de sus habitantes vivirán siempre en la pobreza, que adoptando la máxima castrista de que en Cuba no se acuesta nadie sin cenar. Suponiendo que esto sea cierto, habría que comprobar qué es lo que se cena.

Estos esquemas, que personalmente me repugnan, los encontramos a diario en cualquier actividad. Hasta los colegios, no únicamente las universidades, prefieren centrarse en el grupo de alumnos medios o avanzados, que retrasar a toda la clase para que los rezagados -por el motivo que sea- estén al mismo nivel de los demás. Una copia, por lo demás, de lo que ocurre en la naturaleza desde la noche de los tiempos: algunos ñus acaban en las fauces de los cocodrilos cuando toca cruzar el río, pero son muchísimos más los que logran alcanzar la otra orilla. Tragedia a nivel individual, indudablemente, pero los mecanismos que aseguran la supervivencia de cualquier especie no tienen en cuenta a los individuos sino al conjunto de todos ellos.

Como una sociedad civilizada no puede admitir que sus normas deriven de la ley de la selva, la atención a quienes no pueden valerse por sí mismos es una obligación moral. No es justo dejar que alguien viva en la calle porque no puede pagar la hipoteca, o se muera de hambre porque no tiene para comprar un mendrugo de pan, o se quede fuera del sistema educativo simplemente porque le cuesta aprender un poco más que a sus compañeros, o que no pueda tratarse una enfermedad curable porque carece de medios. Cuestionar esto supone carecer de un mínimo de humanidad. Entonces, ¿dónde está el pero?

En los abusos. Siguiendo con el símil escolar o académico, por ser el más sencillo de entender, no es lo mismo habilitar clases particulares para poner al día a los alumnos que no pueden situarse al nivel de los demás porque sus circunstancias se lo impiden, que meter en el mismo saco de ayudas a los rematadamente vagos; a aquellos que, con un mínimo esfuerzo, hasta podrían superar la media de sus compañeros.

Hay personas que necesitan la intervención del Estado -entendido este como el conglomerado de las administraciones, ya sea la central, la autonómica o la local- para acceder a una vivienda o atender a un familiar dependiente. Otras no; otras podrían salir adelante por sí mismas prescindiendo de cosas -no quiero emplear la expresión pequeños lujos- que tampoco poseían antes del período de la riqueza ficticia.

Descendiendo de lo genérico a lo concreto, el Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados presentó el viernes una propuesta para expropiar casas a la banca cuando se produzcan determinados desahucios. Una forma de extender al resto de España el "decreto-ley" de la Junta de Andalucía en el mismo sentido. Paulino Rivero, tan oportunista y vernáculo como siempre, estudia algo parecido en estas Islas.

La iniciativa socialista es bastante restrictiva a la hora de aplicarla. Los beneficiarios deberán ser deudores de buena fe -un concepto difícil de aplicar en la práctica, pero bueno- que destinen al menos un tercio de sus ingresos a pagar una vivienda. La vivienda debe ser habitual y única. Además, deberán justificar que el lanzamiento puede ocasionarles una situación de emergencia o exclusión social. Es decir, no estamos, ni mucho menos, ante un supuesto de barra libre. No obstante, incluso así cabe preguntar, insisto, si los políticos de ese partido harían lo mismo en el caso de estar gobernando. Dando un paso al límite, ¿por qué no hicieron algo parecido cuando gobernaban en España, habida cuenta de que la crisis comenzó a finales de 2007?

De nuevo estamos ante una medida populista y populismo, que nadie lo dude, es la carcoma de la democracia y la antesala de la demagogia. Argentina es un buen ejemplo de ello, pero no el único. Lo que se impone es restaurar la idea de que cada cual ha de esforzarse por llegar hasta donde le permitan sus posibilidades reales. A partir de ese punto, si continúa en situación de pobreza extrema, deben intervenir los poderes públicos; antes, no. Una idea muy difícil de implantar, esa es la realidad, con una clase política que no predica con el ejemplo sino todo lo contrario.

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