Que el actual sistema de representación política está en entredicho es algo que parece evidente, si tenemos en cuenta la distancia cada vez mayor que existe entre los ciudadanos y la clase política, que supuestamente tiene que representar a los primeros, en todo el ámbito de la definición del término "representación", no limitable exclusivamente al hecho de que ocupemos uno u otro puesto en función de unos votos u otros.

Esto último es la democracia, que nadie está cuestionando; lo que se cuestiona es que los que ostentamos tareas de representación política parece que antepongamos otros intereses (banca, mercado, etc.) a los de aquellas personas que, en definitiva, han hecho posible que estemos ostentando de manera temporal una u otras funciones. El lema que se grita cada vez con más insistencia es "¡Democracia real ya!". Pero no quisiera centrar mi reflexión en este aspecto.

El 14 de abril se conmemora el 82º aniversario de la constitución de la II República Española. Aún hoy, en pleno siglo XXI, y después de 38 años desde la muerte del dictador Franco, sigue siendo tabú hablar de República. Si alguien se declara republicano da la sensación de que es un ser extraño que no tiene cabida en este país. Parece que exista una norma de carácter divino que nos impide abrir un verdadero debate sobre el papel de la monarquía en el siglo XXI. No me refiero ya a contestar a la pregunta sobre qué papel debe jugar, sino a empezar por una reflexión más de fondo, debatir de manera sincera si es necesario que la Jefatura del Estado tenga, o no, la forma de monarquía. No tengo reparos en declararme republicano convencido. Expondré ahora algunos motivos que me llevan a ese pronunciamiento.

Me declaro republicano porque eso significa llegar a la más íntegra expresión de representación de la voluntad popular, de manera que el máximo representante del Estado lo sea por ser merecedor de la confianza de los ciudadanos y no por el simple hecho de ser hijo de y llevar unos apellidos u otros.

Sé que algunos argumentan que este sistema fue aceptado por los españoles en referéndum que aprobó la Constitución, pero ante eso digo que actualmente apenas 14 millones de personas han tenido la posibilidad de participar en ese referéndum en el año 1978, frente a casi 24 millones de personas que no tuvimos esa oportunidad, entre los que me incluyo. Por lo tanto entiendo que se trató de un peaje a pagar para poder pasar de una dictadura a una democracia legitimando de esa manera a un jefe de Estado puesto a dedo por un dictador. Es una realidad y las personas que nunca hemos tenido oportunidad de pronunciarnos en las urnas sobre la monarquía en España somos muchos más que los que sí han tenido esa posibilidad.

Como ciudadano, yo quiero tener la oportunidad de decidir sobre quién debe ostentar la máxima representatividad del Estado; por eso me declaro republicano, porque eso significa estar en igualdad de condiciones con la mayoría de las democracias europeas.

Me declaro republicano porque la monarquía está demostrando que tiene más errores que aciertos y que está lejos de ser una institución inmaculada y ajena a la lacra de la corrupción personal.

Me declaro republicano porque estoy convencido de que nunca podremos alcanzar una democracia real si no logramos que el jefe de Estado sea elegido en urna mediante votación secreta y no sea un producto del azar, del linaje y de la Historia.

Me declaro republicano porque este país no logrará cerrar definitivamente la Transición política desde una dictadura si no afrontamos con coraje y decisión el debate sobre la necesidad y conveniencia de seguir bajo una monarquía.

Sinceramente, estoy convencido de que más pronto que tarde el actual mapa de representación política sufrirá modificaciones importantes. A los últimos datos del CIS me remito, donde se acredita que, por primera vez en lo que va de democracia, los dos principales partidos ya no sumamos más del 50%. Espero que de la misma forma se aproveche esta corriente para que se abra de una vez por todas un debate necesario y que muchos llevamos esperando.

Un debate maduro, sereno, como corresponde a nuestra amplia mayoría de edad democrática. Un debate entre monarquía y república que nos conduzca a comprender que sólo la República puede traernos la modernidad que la Historia nos debe a los españoles.

*Consejero socialista.

Vicepresidente cuarto del Cabildo de Tenerife