SI YO FUERA icodense; si yo hubiera nacido en la ciudad más próxima a mi casa, haría lo posible por ponerme en contacto con una señora llamada doña Clara Morote Medina (escritora) y con un señor llamado don Andoni Canela (fotógrafo). Y no por capricho sino porque a ambos se debe la publicación de un trabajo titulado "Dragones sanadores del Atlántico", que vio la luz en la muy conocida y leída revista "Magazine" y que afecta de algún modo a Icod de los Vinos. Negativamente, además.

No tengo ya en mi poder la revista, pero anoté la fecha en que se publicó el trabajo que comento y la repito ahora por si fuera necesaria: 8 de abril del presente año.

Se trata de un reportaje adornado con ocho fotografías a todo color sobre los dragos de canarias. ¡Ocho! Pero ninguna relativa al Drago de Icod, para mí uno de los más importantes del mundo. Y se pregunta uno ¿por qué extraño motivo no aparece en el reportaje el Drago icodense, si son nada menos que ocho las imágenes que adornan el trabajo literario de referencia? Esa es, amigos míos, la tarea que corresponde realizar a los habitantes de Icod; por lo menos a sus intelectuales, que no son dos ni tres. Tengo allí amigos que podrían hacer el trabajo que les propongo en estas líneas. Porque si yo fuera icodense...

Se dice allí que el Drago de Icod, popularmente llamado milenario, solo tiene 600 años de vida. Esa es la edad que le otorgan, no sé con qué motivos, doña Clara y don Andoni. Más doña Clara, que es quien escribe. Don Andoni bastante hizo con disparar su máquina. Pero sobre la edad de nuestro Drago (sí, señores, he escrito "nuestro Drago") tengo yo una anécdota que viví personalmente y que no me resisto a hacerles llegar.

Poco tiempo antes de mi jubilación, salió a relucir en clase el eterno problema de la edad del Drago. No empleé el vocablo milenario porque lo consideré manido a causa de repetirlo, una y otra vez, los guías turísticos. Preferí decir a mis alumnos que el dichoso árbol estaba ya en su sitio antes de que Nuestro Señor Jesucristo viniera a la Tierra enviado por el Padre. El alboroto, la algazara, el griterío que se formó en la clase tuve que pararlo poniéndome más serio y más adusto de lo acostumbrado. ¡Cualquiera callaba a aquella "muchedumbre enardecida", como quien dice. Según ellos, lo de milenario les parecía más que extraño y pensaban que mis palabras iban por otro lugar. Cuando logré que pensaran un poco se quedaron humillados. A mí me hubiera pasado lo mismo, de ser yo el alumno y no el profesor. El nombre de Cristo tuvo la virtud de acallar a los muchachos, que se quedaron mansitos como corderos cuando lo pensaron un poco. ¡Ay, la juventud escolar! Vuelvo a la revista "Magazine para decir que, en su momento, copié del reportaje al que me vengo refiriendo estas palabras, relacionadas con el gigante icodense: "Le ha salido una prima pequeña, que solo habita en Gran Canaria, la Dracaena Tamaranae". Sin embargo, como quiero ser justo e imparcial, copié también algo que tenía relación con el ejemplar tinerfeño: "Llegó a estar presente en los billetes de mil pesetas junto con el Teide", para pasar a decir luego: "Pero el más antiguo en estado silvestre es el de Pino Santo, en el municipio grancanario de Santa Brígida".

Yo sé que la palabra silvestre relativa a vegetales significa "criado espontáneamente en el campo", de donde se deduce que el de Icod es un árbol domesticado y que fue plantado donde ahora está por un grupo de vecinos ociosos que vivían por los alrededores hace tres mil años. No olvidemos que entonces no se había inventado el fútbol, lo que daba lugar a que la gente se aburriera considerablemente. Las distracciones en el lugar eran pocas.

Este modesto trabajo que me ha brotado hoy por arte de birlibirloque, después de encontrarme la fecha del "Magazine" copiada en un cuadernillo que guardo para estos casos, lo dedico de un modo especial a mi amigo icodense Álvaro Fajardo, un enamorado del Drago de su ciudad, al que conoce de pe a pa y al que ama entrañablemente. Un icono que da a su ciudad y a todo Tenerife muchos motivos de orgullo. Yo llegué a pensar que tal orgullo lo compartíamos en todas las Islas. Pero ya se ve que no. Y bien sabe Dios que lo siento.