HE TENIDO que meterme de lleno en no sé cuántos diccionarios para ver si me era posible encontrar una definición de que pudiera parecerse a la que me enseñaron cuando, con diez años, preparaba ilusionado mi ingreso en el bachillerato. Difícil me resultó el intento. Ni el DRAE me satisfizo, a pesar de que, según mi opinión, el tal DRAE está justamente para eso, para aclarar dudas y cuestiones oscuras con respecto al idioma. Decir que es "una narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria", no me parece suficiente. Falta un vocablo como verdaderos, reales, auténticos, que hagan referencia a tales acontecimientos. Lo digo porque está uno hartito de que señores y señoras que se llaman a sí mismos historiadores, cuenten y cuenten y vuelvan a contar cosas a su aire, muy próximas a su modo de pensar o su sentir, pero que nada o poco tienen que ver con la auténtica realidad.

No sé si usted, amigo lector, pensará como yo. Pero no se preocupe. Si su postura difiere de la mía, como no quiero líos, yo me encojo, me callo, me trago mis palabras y me pongo a rezar para que todo salga bien.

Para mí, un historiador debe decir siempre la verdad, en todo momento, en lo más mínimo; tragarse sus simpatías y antipatías, su postura política y hasta su modo de pensar, para no verse obligado a decir, como más de una vez ha ocurrido, que dos y dos son cinco. El historiador ha de ser justo, imparcial y lo más exacto posible, aunque esta última cualidad resulte un tanto difícil conseguirla.

Un historiador de izquierdas está en su perfecto derecho en desear, con toda su alma, que sean derribadas todas las estatuas -ecuestres o no- de don Francisco Franco Bahamonde. Pero se convertiría en un cuentista, por no decir un pelele, en lugar de historiador si, al momento, aplaudiera el nombramiento de don Santiago Carrillo como Doctor Honoris Causa de cualquier universidad. Y, sin embargo, amigos, existe tal clase de historiadores.

He oído y leído que un señor irlandés llamado Ian Gibson es un gran historiador; de los mejores del mundo. Yo, pobre de mí, sólo acierto a ver en él un narrador de ficciones y un contador de retahílas partidistas, parcialísimas, letanías inacabables según convenga. Todas del mismo color y todas dirigidas a un mismo fin, que no es precisamente, la autenticidad.

Es posible que la Real Academia se haya basado en el modo de trabajo del citado señor irlandés para ofrecernos su definición de , en la que la voz verdadero, la palabra auténtico y el vocablo real se han ido de vacaciones a la hora de hablar de aconteceres, sucesos, luchas...; es decir, que no falte el adjetivo al lado del nombre para que la realidad sea realidad, en lugar de anécdota. Y anécdota dudosa.

Miren ustedes: en mi pueblo, desde tiempo inmemorial, se ha dicho que tuvimos una calle de mármol. Tal calle es la que hoy llamamos del Sol o Los Morales, según ustedes prefieran. Pues bien: yo nunca he creído en el mármol de tal calle. Y menos aun he creído que solo pudieran discurrir por ella los mendigos un día a la semana, concretamente los viernes, y nada más que a pedir limosna. Pero la anécdota tiene su aquel, su atractivo, su sorpresa... Así que se la brindo, de todo corazón, al señor Ian Gibson, por si le parece aprovechable para sus trabajos de investigación imparcialísima.

El tantas veces mencionado señor Ian Gibson ha dicho una, dos, tres, cincuenta veces que Federico García Lorca es el mejor poeta español de todos los tiempos. Está en su perfecto derecho porque cada hombre es un mundo. Pero da cierta penita que deje en la cuneta (palabra que, por cierto al señor irlandés le gusta mucho) a un pobrecito poetilla llamado San Juan de la Cruz.

Lo dicho: el historiador irlandés es todo un modelo a imitar a la hora de contar historias. Es veraz, imparcial, justísimo... Por lo que respecta a la Academia española, cabe suponer que, un día de estos, añadirá el adjetivo "verdaderos" al sustantivo "hechos".

Tengo un par de amigos a quienes este artículo no les va a gustar en absoluto. No se preocupen. Ya estoy más que acostumbrado. Tales amigos suelen también vituperar a Franco y jalear a Carrillo. Hacen bien. Si les gusta...