UN DÍA más debemos quejarnos ante nuestros lectores de las corruptelas que siguen produciéndose en Canarias. Es el caso de una periodista prejubilada que sigue en activo ocupando un puesto en el que no debiera estar. Hablamos de una bobona que se ha permitido denunciar a tres honrados periodistas. Una señora que se deja aconsejar por otro periodista jubilado; un fracasado que desprecia a los canarios y que se ríe de los letrados inclusive durante una vista oral.

Por otra parte, es inconcebible que una resolución judicial le permita a un pájaro tatarita forever seguir mofándose de una persona dignísima como lo es el editor de EL DÍA, a pesar de que sobre aquel individuo deleznable pesa una severa sentencia por haber mancillado la honorabilidad de unos jóvenes. Aunque no acaban aquí los escándalos relacionados con la hez del periodismo. Ayer mismo publicábamos que el Gobierno de Canarias va a gastar 153.900 euros en controlar la información en los medios de comunicación. Como lo leen: en plena escalada de demandas económicas al Gobierno estatal, al que acusan de maltratar a Canarias en los Presupuestos Generales de 2013, el Gobierno de Canarias ha destinado 153.900 euros al seguimiento de la actividad del Ejecutivo en los medios de comunicación. Un servicio que ha recaído en una empresa cuyo director fue, hasta hace poco, máximo responsable de una mercantil vinculada a un periódico tinerfeño que hoy está claramente al servicio de Paulino Rivero. Lo peor es que EL DÍA contribuye con sus impuestos a pagar esa cantidad, al igual que ocurre con todos los canarios. Para eso sí hay dinero. Para mantener puestos de trabajo en la sanidad, la educación y los servicios sociales, no. Qué crimen.

Decididamente, Paulino Rivero es un hombre que debe estar entre rejas o fuera de Canarias, como hemos dicho en repetidas ocasiones. Y lo dicho para él vale igualmente para su esposa y sus secuaces políticos. Todos ellos se mantienen en el poder en virtud de una Ley electoral que utilizan a su conveniencia. Una norma inicua, pues permite que gobiernen quienes pierden las elecciones.

Es urgente que Canarias deje de ser una colonia española para que salgan de su Parlamento leyes ajustadas a nuestros intereses y no dictadas por los españoles que nos esclavizan y nos esquilman desde hace casi seis siglos. Ni Paulino Rivero, ni Ángela Mena, ni ninguno de los acólitos políticos que rodean a esta rumana pareja tendrán cabida en la nueva Canarias libre e independiente. Lo de nueva Canarias no lo decimos en relación con un partido que tiene ese mismo nombre, liderado por Román Rodríguez, porque lo que persigue este político canarión solo es más de lo mismo: más dependencia de España -aunque ahora intente despistar con llamadas a la autodeterminación- y más hegemonía para la tercera isla, a la que ya favoreció escandalosamente en el aspecto sanitario en detrimento de Tenerife.

Cataluña se encamina con paso firme hacia su independencia. Canarias debe seguir el mismo camino, pues las colonias carecen de sentido en pleno siglo XXI. Solo un necio político como Paulino Rivero puede aceptar, como si eso fuese un mérito, que formemos parte de las regiones ultraperiféricas europeas. Eso es una forma de colonialismo. Una dominación colonial adaptada a los actuales tiempos, en los que ya no es políticamente correcto atar a los negritos con cadenas, pero sigue siendo un colonialismo se mire como se mire. Los catalanes alcanzarán su independencia, mal que le pese al ministro Margallo, al igual que la conseguiremos los canarios.

Unidos a España por las cadenas de la dominación nos hemos convertido en un país miserable. No cabía esperar otra cosa, porque España es actualmente la nación más menesterosa de Europa. Nos entristece ver las colas del hambre que se forman cada día, comprobar también a diario cómo nuestros jóvenes deben emigrar y cómo ciudadanos que hasta no hace mucho vivían bien están hoy sumidos en la miseria. En definitiva, siguen los desahucios, sigue el hambre y siguen las muertes. Como decíamos en nuestro editorial del miércoles, en cualquier país civilizado, tanto Rivero como su esposa y sus adláteres estarían encarcelados o exiliados. Solo la bonhomía del pueblo canario, al que algunos tachan de aplatanados, permite que sigan en sus puestos causando tanto daño a los isleños. Por mucho menos asaltó la Bastilla el pueblo de París.