ANTES de ayer tuve la ocasión de ver y oír el estupendo reportaje de Eduardo Cubillo y Oscar Guisoni, con la producción ejecutiva de Ana Sánchez Gijón, emitido por Televisión Canaria. En 93 minutos se desgrana el reflejo de la figura y los acontecimientos que rodearon la azarosa vida entregada a Canarias de Antonio Cubillo Ferreira.

Yo conocía parte de los episodios, parte de las versiones de lo que sucedió alrededor de su persona, en plena guerra fría y durante esos años centrales de la oscura Transición, en la que, entre otras muchas meteduras de pata, se entregó indignamente el inmenso territorio del Sahara, y que viví en sus bocanadas finales acabando el bachillerato y empezando la universidad. Pero lo que en aquel momento me quitaba el sentido eran las pibas, la música y el fútbol; después, o entremedio, leía lo que podía y me fui formando unas cuantas ideas. Supe que los servicios secretos españoles, de la mano de Rodolfo Martín Villa, con el conocimiento de Adolfo Suárez y otros muchos políticos españoles, habían armado un brazo que a la luz de los hechos aparece como un poco ortopédico con el supercomisario Roberto Conesa, que acabó trabajando para el dictador dominicano Leónidas Trujillo, y que por cierto cosechó una medalla de oro al mérito policial, de sinvergüenza descontrolado o brazo culpable e interesado de la ley, tipo Santiago Segura en el papel -inspirado en funcionarios de aquel tiempo, bautizado en la saga como José Luis Torrente- machista, racista, franquista, ultranacionalista, fascista, jingoísta, zafio, aficionado a las prostitutas, bebedor, consumidor de un poco de droga tomada con rigurosa mesura, según él, fan de El Fary y seguidor del Atlético de Madrid, manejando las marionetas -Espinosa, Alfonso, Cortés- que finalmente atentaron de forma rastrera y cobarde contra el líder del MPAIAC en un crimen de Estado reconocido por el mundo entero.

Incluso con la implicación de los servicios secretos alemanes, inducidos por intereses turísticos y de aseguradoras, y por los rebufos o rebotes del seguimiento de la facción del Ejército Rojo denominada Banda Baader-Meinhof (apellidos de sus dos componentes más significativos), lo que no imaginaba en ese punto concreto era la posible participación de la CIA en una especie de juego cruzado para forzar a España a entrar en la OTAN.

Es decir, que aunque usted sea, analizado desde el punto de vista más neutral y distante que yo pueda imaginar, alguien que en este momento lee mi artículo, partiendo, eso sí, de la base de que ama a las Islas Canarias, preocupándole el progreso y bienestar, presente y futuro de todos nosotros y de nuestros hijos, y piensa que esas batallitas le sucedieron a una persona física y a un grupo concreto, que acertada o equivocadamente lucharon, conste que renunciando a sus propias vidas, para dejar atrás la Canarias dependiente, arrinconada y mendicante que conocemos hoy en día, y sea hasta cierto punto una historia que le pueda parecer ajena o del siglo pasado, tiene que convenir conmigo en que puede ofrecerle conclusiones y constancias, por lo menos en cuanto a la importancia de los muchos intereses que giran alrededor de esta tierra.

Nada es inocente en el guion que se nos asigna y poco ha cambiado. Aunque el fenómeno de la rebelión desafiante protagonizada en primera persona por Cubillo se estuviera produciendo hoy, el contubernio que se organizaría alrededor sería similar o equivalente. Entrarían al trapo intereses de potencias como China, Rusia, EEUU, Marruecos o Argelia y, por supuesto, Europa. África seguiría pintando poco en sentido integral y geoestratégico, porque continúan siendo muy manipulables, y en la espera por los hermanos latinoamericanos podemos echarle hilo a la cometa.

Por lo tanto, mi opinión es que más allá de las inclinaciones doctrinales de cada cual hay que perseverar en identificarnos como el pueblo que somos para poder denunciar y combatir las tropelías que con Canarias se cometen. Una de ellas, que no hay nadie que pueda rebatir, es que la economía en la que han encajado al archipiélago es totalmente deficitaria -mire, por favor, cualquier indicador-; un híbrido a medio camino entre el territorio con posibilidad de competir y la colonia explotada, denominada en el argot europeo "ultraperiferia", que cuando las cosas van bien sobrevive a costa de vender propiedades y que cuando van mal se hunde en el fondo del océano.

"No hay camino que no tenga un fin" (Seneca).

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