ESTUVE buscando la "c" con cedilla en el teclado para escribir Barça en el título, pero, de repente, como que no me dio la gana.

Nací culé. No me digan por qué. Mi padre era del Athletic Club de Bilbao y de mis abuelos no tengo noticias que les gustase esta droga. Ni siquiera los conocí. Dos de mis tíos sí que pudieron influir lo suyo. Ciriaco me llevó a ver por primera vez al Molinón un Sporting-Barsa en la final del trofeo Costa Verde, siendo yo un fizco, y tío Cruz me trajo once camisetas azulgranas de Argentina que sirvieron para que todos mis amigos vistiéramos igual hasta que se desintegraron con los años y el jabón Lagarto.

Es posible que este vendaval de sensaciones que me produce ver jugar al Barsa desde que guardo recuerdos -no sólo ahora en esta etapa de vida y dulzura- se deba, en partes desiguales, al entorno y al designio divino. Sobre todo al último.

Ser culé no ha sido, hasta hace unos cuantos años, un camino de rosas precisamente. Los blancos nos han zurrado de lo lindo en títulos, y en casi todo. Por cada culé había 10 ó 15 merengones dándote la vara: los más viejos con Di Stéfano, Puskas, Gento... Los Pirri, Zoco, Amancio... y de los que más me acuerdo: la "Quinta del Buitre" de los Butragueño, Michel y compañía. Y si les ganabas un partido -históricamente casi nos hemos ido conformando con ganarles los enfrentamientos directos- te tapaban la boca con las Copas de Europa. Así que, si exceptuamos el oasis de la era Cruyff -futbolista y entrenador-, apenas tuvimos alegrías de renombre. Ha sido a partir de 2003 cuando les estamos dando bien.

Decía Menotti -otro al que se le debe mucho- que "el fútbol son tres cosas: tiempo, espacio y engaño". Precisamente lo que define el juego de este equipo desde la llegada de los dos "flacos" y especialmente de Pep. Y es el fútbol que ahora juega España.

El fútbol es como la vida, no te levantas a las seis de la mañana y te pones a buscar a la mujer de tu vida. La encuentras o no. En el Madrid, cada vez que la tocan, quieren ganar el partido. Es terrible, una verticalidad, un espanto. Para qué queremos un enganche si no tenemos a quién asistir. En el Barcelona hay asistidores que tienen a quién asistir. Hay más pases que goles. Y de eso se trata, de pasarse la pelota: tiempo, espacio y engaño. Este fútbol dicen que aburre en el Bernabéu.

En fin, mis amigos merengones hoy se juegan mucho. Nosotros, en el peor de los casos, sacarles cinco puntos. Pero lo viviremos como si fuera la final de la Champions, el partido del siglo.

El fútbol es eso. Es educativo y pasional. Un lugar de expresión. Expresión libre, intuitiva, personal y colectiva. Pero llegan los políticos de turno a joderla. Esta tarde tienen preparado un mosaico con los colores de la bandera catalana. Ni rastro del azulgrana. Los noventa y ocho mil -muchos llegados de peñas de toda España- van a parecer que están locos por la independencia de Cataluña.

Problema: un cochino sale de la pocilga a 120 kilómetros por hora ¿a cuánto sale el kilo de tocino? Pues lo mismo. ¿Qué tiene que ver la velocidad con el tocino? ¿Por qué mezclan churras con merinas? ¿Qué pasa con los sentimientos de los barcelonistas no independentistas?

Políticos que lo primero que han hecho ha sido robarle a la gente el sentido de pertenencia. Parece que todo es suyo, incluso el fútbol. Cuando el alcalde inaugura una calle parece que la ha pagado de su bolsillo. Nos robaron la música, nos roban los parques, las plazas y hasta el fútbol. Y luego se extrañan que la gente se canse y acampe en las plazas. Se extrañan de que nadie les pueda ver. Que se metan la Ç por donde quieran. Creo que si pierden hoy, no me va a doler tanto.

Huir de la realidad no sirve de nada. Pero da gusto. ¿A que sí...?

Feliz domingo, en especial a ti, Charo.

Desde aquí, un abrazo para Ignacio y sus hijos. Lola siempre estará cerca.

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