1.- Mi amigo Pablo Gallo Reverón me envía una fotografía que yo no había visto nunca -y esto es difícil, dada mi vocación de rescatador de imágenes viejas de mi pueblo- del muelle del Puerto de la Cruz. La foto es, desde luego, del siglo XIX o de principios del XX. La gráfica lo capta todo: viajeros desembarcando en la playa portuense, traídos por una lancha desde los veleros fondeados en el limpio de la bahía. A la derecha, la batería de Santa Bárbara, sin cañones, y la Casa de la Aduana. La arena del muelle está descuidada y llena de piedras. El mar parece tranquilo, en marea llena, y a lo lejos se observan los lanchones que embarcan la fruta del Valle en los tres navíos cuyos palos bamboleantes se ven en el horizonte. Esta fotografía es, repito, inédita. Tiene todo el sabor de una época esplendorosa para la agricultura isleña. Los viajeros que llegan son elegantes y el fotógrafo estaba allí para inmortalizar la escena.

2.- No sé qué voy a hacer con esta foto, porque después de haber editado una decena de tomos con imágenes retrospectivas de la isla de Tenerife ya no me apetece acometer un nuevo proyecto de estos. Pero guardaré la fotografía con cariño, quizá para un reportaje en prensa. Me vienen a la memoria los tiempos en que me dediqué a comprar postales antiguas y grabados de las islas, tanto en Londres, como en Madrid como en Buenos Aires, como en otras ciudades. Disfrutaba con ello. Gran parte de mi colección se la regalé al Ayuntamiento de Garachico. Y me consta que Evelia, la bibliotecaria, la cuida con mimo y que la cederá a los investigadores que deseen ahondar en el pasado de nuestra isla.

3.- Pablo Gallo, que es buzo de profesión y lector impenitente de esta sección, habrá sacado esta foto de algún viejo ropero, quizá de la casa de su abuela Matoña Pérez, que en mi santo me regalaba cerveza y berberechos. Qué gran mujer. Muchas familias de mi pueblo guardan con celo las fotografías primeras que se tomaron del Puerto de la Cruz, por otra parte una ciudad muy fotogénica. Les aseguro que la que nos ocupa no tiene desperdicio, porque representa la época pujante de la agricultura platanera y de la cultura inglesa en el Valle. Todavía mantiene oficina en el Puerto la familia Yeoward, que fue pionera en la importación de productos ingleses y en la exportación de frutas y vinos en el Tenerife de finales del XIX y principios del XX. Aún quedan vestigios de esa época en el Puerto de la Cruz, como la iglesia anglicana del Taoro, el Templete y tantas otras reliquias arquitectónicas del pasado. A las jóvenes generaciones, lamentablemente, todo esto no les dice absolutamente nada. Pasan un kilo.

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