Alguien ha escrito estos días que si Cataluña saliera de España y se integrase en la Unión Europea -cuando consiga hacerlo- como país independiente, sus parámetros socioeconómicos la situarían al mismo nivel que Chipre. Me parece un puesto demasiado bajo, aunque tampoco me he puesto a hacer cuentas para comprobarlo. Es una tarea que les dejo a ustedes -una combinación del Google y la Wikipedia suele hacer milagros en estos casos-, porque a mí el asunto me aburre.

Vista desde cierta distancia la manifestación del martes, cabe preguntar si en estos momentos Arturo Mas y algunos de los suyos no tienen un nudo en la garganta. CiU -también eso se ha dicho recientemente- no quiere la independencia. Si la quisiera, la incluiría en sus programas electorales. Pero no lo hace. Una cosa es amagar con la ruptura, con el me voy si no me das el mismo trato fiscal que al País Vasco y a Navarra, y otro irse con todas las consecuencias. Más de un empresario ha cogido el teléfono estos días para llamar al Palacio de la Generalidad. "Oye, tú; que mostrarle los dientes al Rajoy está bien, pero no nos pasemos, eh". Conozco -todo el mundo lo conoce- como se piensa en Cataluña. Y lo de que España no aceptaría la independencia de esa comunidad autónoma habría que verlo. España, el Gobierno español, tanto si lo forman ministros del PSOE o el PP, hace tiempo que tiene unas tragaderas muy grandes. Hoy se excarcela a un criminal sin que ocurra nada, mañana se minimizan las declaraciones fuera de lugar -y de época- de un señor que ha ocupado un alto cargo en el escalafón militar, ayer se amenaza a Argentina poco menos que con declararle la guerra a cuenta de una expropiación y 48 horas después impera un silencio sepulcral, los ingleses nos mean encima -aunque sea con la picha de los gibraltareños- cuando les apetece sin que aquí hagamos otra cosa que aguantar porque callados estamos más guapos, etcétera, etcétera, etcétera. El Gobierno español, la sociedad española en general, hace tiempo que ha abdicado de su dignidad nacional. Si a estas inmensas tolerancias añadimos que el único afán de los políticos es no perder su puesto de trabajo, nada tendría de extraño que de aquí a no mucho tiempo algún ministro de Rajoy salga en el Telediario de las dos para explicarnos que Cataluña merece un Estatuto muy especial; tan especial, que no permite el café para todos.

Un panorama que en ningún caso es igual visto desde Cataluña. No es lo mismo salir a la calle con señeras y mucha euforia supurada del acné juvenil, que recalcular las relaciones comerciales, y de todo tipo, situando unas nuevas fronteras donde hoy solo hay vías francas al tránsito. He viajado mucho por las carreteras europeas y les aseguro que la diferencia es mucha, en tiempo y forma, según se cruce una frontera comunitaria o una extracomunitaria.

Pero no nos liemos. Al final, como siempre, estamos ante una mera cuestión económica. Los catalanes están hartos de pagar las peonadas andaluzas y no solo eso. ¿Nos van a seguir manteniendo a los canarios el 50% de subvención en los transportes marítimos y aéreos en tiempos de tanta penuria? A lo mejor, o a lo peor, cuando lean este artículo ya conocen la respuesta. Esta, y no otra, es la madre del cordero.

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