EL PASADO lunes comenzaron las clases. Un año más con calor, ¡con bastante calor!, al menos aquí en Santa Cruz de Tenerife. Otra de las dificultades añadidas para el comienzo de curso, según mi experiencia, pues di clase durante treinta y seis años en nuestra capital, es que, desde estas fechas hasta después del Pilar, suele hacer en las aulas un calor pegajoso que con frecuencia aletarga a los alumnos y a los profesores. Es por lo que siempre sostuve y sigo sosteniendo que las clases en Canarias deberían terminar en julio -mes que acostumbra a hacer mal tiempo- y comenzar en octubre.

La más cruel de las dificultades (hasta hace cinco años, que me jubilaron por enfermedad -un servidor no lo hizo-) eran las dichosas obras: cuando comenzaban las clases, en vez de terminar, las obras empezaban; aquello, por un mes o mes y medio, era un caos "pedagógico-laboral": teníamos que compartir aula, pasillos, escaleras y patios con los pintores -a los que los chavales les tiraban la pintura...-, los fontaneros, carpinteros, electricistas, entre otros. Todos los que conocí eran excelentes personas, aunque, a veces, les exasperaba tanto crío por el medio; y a los críos y a los profesores el ruido del "taladro". ¡Ruido que taladraba a un santo!

Aquí no me voy a referir a los alumnos, que comienzan por primera vez la enseñanza Infantil o Primaria, ni a sus padres (uso el genérico, que es más sencillo), porque es un tema aparte que he tratado repetidas veces. Ni de la Circular número 1, que no sé si todavía circula.

Sí me refiero a los padres: papá y mamá -personas claves en el proceso educativo escolar (¡son insustituibles!; ni la Policía los puede suplir)-. Sin su colaboración y apoyo es muy difícil mantener la disciplina en clase y lograr un buen rendimiento académico; en la actualidad, tristemente y con tanta frecuencia, esta responsabilidad recae solo en la madre y con menos frecuencia solo en el padre. Sin embargo, son los padres (o la madre) los que tienen mayor dificultad para el comienzo de curso, debido al coste del material escolar -lo mínimo, 460 euros por alumno: me parece demasiado caro y demasiado material- y, después, que los niños saquen partido a los libros, libretas, carpetas, etc. -hay libros de texto que difícilmente se les puede sacar nada; hay algunos que me dan la sensación de guías turísticas...-. Aunque no es nada fácil abaratar los libros, porque hay muchos intereses de por medio.

A comienzos de esta semana, me partía el alma una noticia que leí en este periódico. Una madre que decía: "Antes que libros de texto o material, les compro la comida a mis hijos". Al final se lamentaba de que esta actitud pudiera bajar las notas de sus hijos, "ya que son niñas de notables y sobresalientes y espero que en el colegio me comprendan". Le doy la razón y estoy con ella. Como se sabe, Canarias es la comunidad con mayor índice de desempleo. Esto me lleva a pensar ¿cuántas familias, cercanas a nosotros, están pasando por una situación similar a la de esta señora, y que por pudor o vergüenza se callan? No basta con el llamado cheque-libro; la familia necesita unas condiciones dignas para vivir, para alimentar y educar a los hijos... ¡Necesitan trabajo!

Recuerdo, hace años ya, un catedrático -de aquellos de "pata negra"- de Fisiología de la facultad de Farmacia de aquí de La Laguna, don Santiago Santidrián Alegre, que me pidió encarecidamente a ver si le conseguía una "Enciclopedia de Álvarez, tercer grado" -todavía no estaban reeditadas, como más tarde aparecieron- para poner en un lugar preferente en su biblioteca particular. Me sorprendió: "Este, aunque es de Miranda de Ebro, viene de investigar en Boston y se le puede ocurrir cualquier cosa (los americanos, ya se sabe)", pensé yo. ¡No! "Gracias a este libro yo soy catedrático, porque me lo aprendía para hacer el ingreso en el Bachillerato, y como me lo sabía me dieron una beca para estudiar", me dijo cuando se lo conseguí. No dudo de que todavía lo conserve en su biblioteca en Pamplona, donde ahora imparte sus clases de Fisiología, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. No se trata de volver a la Enciclopedia de Álvarez, que estudió el profesor Santidrián, pero sí de buscar otras alternativas más asequibles y mejores que las actuales. ¡Todo un reto para los que amamos la docencia!

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