LOS QUE OSAMOS escribir sobre temas crematísticos, llevamos una considerable ventaja sobre aquellos profesionales que han dedicado su vida al estudio de las cuestiones económicas: todos erramos en las apreciaciones, pronósticos y visión de un futuro inmediato que pueden afectar gravemente la vida de los ciudadanos. Sucede, sin embargo, que no repercute de igual forma la imprecisión de un lego que la de un especialista. Ningún economista ni, por supuesto, periodista alguno advirtió al mundo del tsunami que se venía encima teniendo, en las mismas narices, las vergonzosas especulaciones que se realizaban desde las entidades bancarias, consentidas por todos los gobiernos, de izquierdas y de derechas, y basadas en el crédito fácil con dinero procedente, sobre todo, de bancos alemanes durante el tiempo que duró la denominada burbuja inmobiliaria. Otro eufemismo que oculta un formidable desbarajuste que ha llevado a la bancarrota a la mayoría de los países europeos, o, mejor dicho, a los inocentes ciudadanos que comprueban a diario cómo les hurgan en sus bolsillos con una cascada de impuestos que, de momento, solo solucionan las insultantes indemnizaciones, sueldos y jubilaciones de los usureros del siglo XXI, es decir, de aquellos banqueros que pasean tranquilamente por las calles con la conciencia tranquila, porque los domingos practican los golpes de pecho que los purifican; de individuos que han defraudado a Hacienda pero les conceden una amnistía fiscal para que vuelvan a casa por Navidad; de las grandes fortunas, que tienen nombres y apellidos, escondidas en cuentas ubicadas en entidades radicadas fuera de nuestras fronteras, y de la casta política en general, cuyos ingresos invitan a una reedición de una Inquisición... económica.

Vuelve Europa a trazar el camino de aquellas entidades que se dedicaron a conceder, alegremente, créditos destinados a viviendas, fincas, automóviles y todo tipo de bienes que, con el engaño al ciudadano, condujeron a bancos y cajas de ahorros a la situación espeluznante. Rajoy va a ayudar de nuevo a los bancos, causantes del desastre que se vive en este país, y, para ello, va a copiar un nuevo eufemismo que ya ha visto la luz en diferentes países, como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania o Irlanda. Se trata del "banco malo", una de las mayores infamias inventadas contra el pueblo, favoreciendo, sí, a aquellos que, día tras día, practican la monstruosidad de los desahucios desde los bancos que, dentro de unos días, se convertirán en "buenos", porque toda la mierda que guardan celosamente será traspasada al "malo". ¿Qué se esconde bajo esta maniobra? Simplemente, y como siempre, la derecha seguirá protegiendo a los más poderosos y todas las pérdidas (activos tóxicos las llaman), almacenadas por culpa de unas gestiones que deberían estar penadas por Ley (el PP obliga a bajarse el sueldo en 100.000 euros a los que cobran 600.000, con lo cual siguen percibiendo 500.000 anuales, mientras en el seno del Ejecutivo se desgarran las mentes para donar 400 euros mensuales al prójimo que no tiene nada), las pérdidas, decimos, serán saldadas a costa de los más débiles. ¿Banco malo? Váyanse por ahí. Banco de los desahucios, donde se producirá una metamorfosis encubierta de deudas privadas en públicas. Es decir, los bancos buenos (estamos ante una invitación a la protesta generalizada -es una expresión menos dura-) se quitan de encima todos los embaucamientos practicados en los últimos años (casas, hipotecas...), y los depositan en los malos, los cuales (esto no está aclarado por el formidable equipo económico de Rajoy) comprarán a precios muy inferiores a los que hoy figuran en los buenos. Se producirán nuevas pérdidas, que serán cubiertas con dinero público (todos nosotros), y los pescadores ricos aprovecharán el río revuelto para amasar tongas de propiedades.

No debemos perder de vista, ante otros engaños que se avecinan ideados por la derecha rancia que nos gobierna (el Opus, de nuevo, reimplantando lo de chicos y chicas en colegios separados), que un banco, por definición, es malo. Allí no se reparten caramelos. Se proporcionan, amigablemente, dineros, intereses y desahucios. Hasta hace poco, incluso las constructoras recibían millonadas procedentes de los consejos de administración. Hoy, un ladrillo vale muy poco. Lo mismo que esos activos que atesoran: no valen lo mismo que antes. El banco malo, el banco de los desahucios, espera, con los brazos abiertos, el capital público y el de aquellos incautos que todavía se atrevan a atravesar sus puertas.