PARA la inmensa mayoría de los españoles, el próximo viernes terminarán las vacaciones estivales, aunque es posible que muchos puedan aprovechar hasta el lunes, por aquello de no empezar a trabajar en viernes. Otros probablemente inicien ahora sus vacaciones; a mi modo de ver, son más privilegiados, puesto que en septiembre el calor no suele ser tan agobiante y el "agobio" de personas en los aeropuertos, en las carreteras, en los montes o en las playas también suele ser menor.

Se me ocurre una pregunta: durante este tórrido mes de agosto ¿usted descansó? Si, en realidad, ha podido disponer de esos días de paréntesis de calendario; si ha detenido el reloj a base de pereza y mojitos, o si ha llenado su vida de esas pequeñas gotas de felicidad, deteniendo esos pensamientos más agoreros para reponer fuerzas cara al nuevo curso.

Para los canarios, desde donde se encontrará, no dudo en que nadie haya podido evitar el sufrimiento y el dolor -aunque no hubiera víctimas humanas- por la tragedia en nuestros montes, ávidos de respuestas, de rescates más imperiosos estos si cabe que los que nos depara la economía. ¡Un verano para deleite del mismo Nerón! Aprovecho para solidarizarme con las gentes de Navarra, de la Sierra de Gata (Cáceres), de Alicante, El Barco de Valdeorras (Orense), entre otros puntos de la geografía española, también víctimas del fuego y alguno con víctimas humanas, donde han quedado paisajes tan cenicientos como los del corazón del parado un lunes al sol.

Porque tampoco se me escapan (cómo podría pasar) los miles de parados (vamos, con los datos comenzamos agosto con esas "falsas" noticias positivas: el número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo del Archipiélago ha descendido en 879 personas el pasado mes de julio respecto a junio, situándose en 289.785 las personas que demandan un trabajo... Casi nada) que, sobre todo en Canarias, se suman a la triste conga de la fila del paro, una letal serpiente que complica la espiral macroeconómica y asusta cada mañana a los incansables asalariados y pequeños empresarios que se empecinan en sobrevivir, en lograr que ese llamado "índice de confianza" no se quebrante, porque la esperanza parece ser no solo una virtud teologal, sino una fuerza intangible de la bolsa.

Ya ve que la pregunta se las trae... Hay quien en Andalucía entiende que la sublevación de masas, que el abordaje de supermercados, hoteles rurales... puede ser la respuesta para que se produzca un giro económico. Tanto es así que si el apellido Gordillo antes nos recordaba a nuestro futbolista gallego y merengue de la quinta del Buitre, ahora más bien se relaciona con ese alcalde del pueblo sevillano de Marinaleda. La miseria genera angustia y hastío, y no es la primera vez en la historia que se dan manifestaciones en este sentido, gritos de basta ya a un interlocutor dudoso para cambiar el destino.

Y, la verdad, no voy a caer en la demagogia de señalar con el dedo a quien pudo dedicarse unos días a tratar de relajarse, puesto que es la mejor colaboración posible para el sector hotelero, que, dicho sea de paso, pese a sus buenas cifras, ha reconocido deberle un gracias gigante al cliente canario. Por cierto, que para cuándo esas suculentas ofertas que se brindan al cliente "de fuera" para los de aquí. Pues nuestro dinero, aunque humilde, procede de la misma fábrica de moneda. Pero esta, como diría Michael Ende en su epopeya "interminable", es otra historia.

En Canarias siempre hemos sido increíblemente pacientes (pero no indolentes) para afrontar las adversidades. Convencido, y no por el "índice de confianza", sino por la esperanza de que el pueblo tiene respuestas desde su alma y corazón, desde luego no impulsadas por el "declaracionismo político", que estos días alcanza sus récord Guinnes en la categoría del absurdo (para qué recordar las declaraciones exacerbadas de nuestro ínclito presidente o sus batallas dialécticas con la delegada del Gobierno), cierro esta pregunta desde el optimismo.

Entre abanicos, asfalto derretido y paseos a la nevera, me esfuerzo en escribir al calor de tantos cacharros tecnológicos. Porque todos sabemos que sobrellevamos de sobra estas temperaturas si no fuera por el peligro que suponen para nuestros montes. Me decía un amigo hace bien poco que "somos como nuestros pinos: no ardemos de raíz, resistimos". Si usted no descansó lo suficiente, hágame el favor de resistir, y si es por pedir, con deportividad y una sonrisa.