PASA el tiempo así, casi sin darnos cuenta, y son tantas las motivaciones, los momentos de tantas reflexiones y las vivencias que atesoramos con tanto celo dentro de nuestro ser, a veces para no querer saber qué sigue ocurriendo fuera, en ese mundo afectivo que con nosotros ha ido envejeciendo, y en el más triste de los casos, muriendo y tristemente olvidado. Plumas que describieron la inquietud solidaria y la impaciente acritud de aquellos años prestados. La solidaridad de aquellos buenos amigos, aquellos buenos lectores que también se dieron a la fuga en esa aventura del descanso eterno. Multitud de nombres y apellidos de hombres y mujeres comprometidos en la responsable tarea de la comunicación, en nuestro caso la escrita.

Todos, unos más importantes que otros, pero igualmente responsables, hemos dado a la vida lo mejor de nosotros, en la forma que aprendimos a hacerlo, íntimamente, desprendiéndonos algunas veces hasta del calor familiar, para seguir escribiendo aquello que bulle dentro de nosotros y que no podemos evitar, porque es como el aliento que necesitamos para seguir viviendo. Aquellos asaltos violentos, a veces, que sufrimos de los duendes de nuestra inspiración. Aquellos gratos golpes que sufrimos y que dentro de nuestro pecho sentimos su eco como una plegaria religiosa que nos augura una pasión desatada en cualquier lugar. De igual modo que en otro corazón, otras fantasías también lloran en silencio. ¡Ay!, si yo tuviera un corazón joven, si pudiera darle gracias a la vida, lo haría, pero no alcanzo ya el placer de volar como antaño sobre las ruinas de mis desencantos, sobre los rescoldos aún encendidos de tantas ilusiones deliberadamente calcinadas.

A medida que pasa el tiempo -también para este humilde colaborador del periodismo, expresamente del periódico EL DÍA desde hace tantos años- he aprendido (en realidad, nunca lo puse en duda) que el roce hace del hombre aquello que siempre soñó; y en mi caso, aprendiendo de tan buenos periodistas que han contribuido al más exquisito destino de la empresa Editorial Leoncio Rodríguez, S.A., ejemplo, junto con otros compañeros periodistas suyos, del buen hacer. Maestros del éxito de tantos comunicadores y de tan generosa y amplia relación con los hombres y mujeres de nuestras Islas Canarias; nombres que no menciono por distintas razones. Uno, involuntariamente, puede obviar a alguno de ellos y sin ánimo de menospreciar a algunos, que todos merecieron el máximo respeto y la admiración natural que inspiran los hombres y mujeres de bien.