DESPERTÉ del sueño. Sigo desvelada y con la amargura de una realidad ante la que no puedo cerrar los ojos ni resignarme a las penurias de un paisaje urbano deplorable.

Nuestra querida Santa Cruz sigue siendo ciudad privilegiada; una capital con todo a favor para ser modelo y motivo de admiración. Pero hay un handicap: el pasado reciente de esplendor y merecida fama universal de capital señera por su limpieza, jardines bien cuidados, gentes amables y lugar digno de visitarse para ser disfrutado ha entrado en un alarmante declive que, a lo largo del último año, se ha acentuado a ritmo preocupante hasta ofrecer el aspecto actual de una decrepitud intolerable.

Las soluciones pasan por la voluntad política, acompañada del saber, poder y querer, y evitar la manida muletilla de "para esto no hay dinero". No es cuestión económica, sino de decisiones eficaces asesoradas por el personal especializado que cobra por ello. O bien escuchar las sugerencias desinteresadas y gratuitas como las aquí vertidas a pie de calle, con el conocimiento de quienes vivimos de cerca y en primera persona las necesidades de una ciudad deprimida y maltratada.

El más grave problema que asola a esta ciudadanía es el incremento de la pobreza, los abundantes casos de hambre extrema que se tratan de combatir desde dentro. Es decir, con el esfuerzo de los propios habitantes, cuya solidaridad, tantas veces puesta a prueba, siempre responde... Más en positivo por quienes menos tienen.

Este ambiente de miseria creciente se desarrolla en un escenario plagado de porquerías. Excrementos de palomas infecciosas, sin control sanitario, que invaden masivamente zonas céntricas para oprobio y riesgo en la salud de los vecinos, que, ante la reclamación en el departamento de Control de Plagas del Ayuntamiento, reivindicando los mismos medios que se aplican para protección del auditorio de Santa Cruz, reciben la siguiente explicación: "No, es que es un problema muy difícil. No podemos hacer nada". Respuesta inmediata: "Sr. M. Benedicto: Si usted no está capacitado para resolver problemas de plagas -desratizaciones, cucarachas y demás animalitos de Dios-, para cuyo tratamiento está ocupando un cargo de responsabilidad, ¿qué hace usted cobrando sustanciosos emolumentos en un puesto donde no puede hacer nada?".

También son porquerías las grotescas pintadas callejeras, la huella indeleble de los chicles pisoteados, el destrozo del mobiliario urbano, micciones en la vía pública, colillas, escupitajos, anuncios privados pegados en farolas con las tiritas del número de teléfono colgando, ataques al patrimonio histórico y cultural... ¿De qué sirven tantos bandos municipales, algunos de ellos obsoletos, casi prehistóricos, si no se obliga a cumplir la normativa vigente?

¿Pasividad institucional? Alegan como excusa el vandalismo callejero. Señores, la educación cívica, por supuesto que debe adquirirse en casa. No es obligación de ustedes educar a nadie. Pero sí lo es, y de forma incuestionable, hacer cumplir las leyes y toda normativa que redunde en beneficio de los derechos ciudadanos, en la protección del patrimonio cultural, en defensa de la limpieza urbana y en el cuidado de la salud de sus habitantes, quienes pagan sobradamente unos servicios que no siempre se cumplen.

Una solución tan simple como la de aplicar sanciones proporcionadas y ejemplarizantes que disuadan al infractor de repetir la fechoría, y que todos los demás sepamos apreciar de qué va esto del comportamiento cívico.

Medios hay de sobra: Policía Local, Policía Nacional, Policía Autonómica, Guardia Civil, Unipol, los escoltas municipales... Cuerpos de seguridad suficientes para, en poco tiempo, convertir Santa Cruz en una población civilizada, al envidiable nivel que cualquier capital de provincia o ciudad europea que pretenda exhibirse como privilegiado destino turístico. Tal vez fuera conveniente para un buen servicio de protección y vigilancia que el exceso de motorización -vehículos de servicio patrullando calles peatonales- se sustituyera por más actividad a pie. Se obtendría un doble beneficio operativo. De un lado, mayor proximidad con el ciudadano; y, por otro, un ahorro de combustible muy conveniente dada la situación actual.

Una prueba experimental para confirmar la ya cotejada profesionalidad de los miembros que configuran todos los cuerpos de policía sería erradicar el comportamiento incívico de los dueños de perros que han tomado los jardines del Parque Cultural Viera y Clavijo como cagadero funcional, con gran desprecio para la ardua labor de los jardineros de Urbaser, que hasta sufren el agravio de algún desaprensivo cuando le llaman la atención por inducir a su perrito a utilizar el césped o parterres como depósito fecal.

El esfuerzo institucional sería mínimo. La simple orden de hacer cumplir tajantemente la ley. Unas cuantas multas los primeros días y problema resuelto. Y después, algo parecido con todo lo demás. Por ejemplo, con las personas que dan comida a las nocivas palomas, que, de paso, alimentan también a las ratas del entorno.

Este desahogo en vigilia me ha devuelto el sueño. Intentaré dormir y recuperar el argumento que soñé, para conjurar con fuerza mi deseo de que algún día deje de ser un sueño.