EL EJEMPLAR de este periódico del lunes 30 de julio publicaba un artículo titulado muy justamente "Una vida consagrada a Santa Cruz" que me ha emocionado por la de recuerdos que me trae, tantos, que abarcan desde mi infancia hasta la actualidad. Se trata de una entrevista que le hacen a Amparo Segovia con motivo de cumplirse los treinta años del fallecimiento de su marido, el ingeniero agrónomo Heliodoro Rodríguez González, exalcalde de Santa Cruz, así como también presidente del Cabildo y jefe de la Delegación Provincial del Ministerio de Agricultura, entre otras muchas cosas. Heliodoro, al que llamábamos Lolo en mi época de estudiante, vivía en mi misma calle de Lucas Fernández Navarro, allá arriba, por El Monturrio, que decimos los canarios, y recientemente he tenido ocasión de referirme a su familia, aunque no específicamente a él, en una serie de crónicas que he tenido la ocasión de publicar relativas a la gente de mi calle, también la de su familia. El futuro alcalde formaba parte de una muy conocida familia tinerfeña y chicharrera, la de los Rodríguez López, que capitaneaba el hermano mayor, Álvaro, con su naviera, que atracaba sus barcos al lado del Club Náutico viejo, y con hermanos tan conocidos como, entre otros, don Juan, médico con clínica en la plaza de Los Patos, y con su hijo Juanito, compañero mío en el colegio; don Heliodoro, activo empresario que también fue largos años presidente del Club Deportivo Tenerife y cuyo nombre lleva el actual estadio, o don Corviniano, médico oculista, profesión que ha seguido su hijo. Al fallecimiento de don Álvaro hubo una clara expectación por conocer el destino de su importante fortuna, que tomó un destino muy concreto, aunque esperado, lo que dio lugar a incidentes hasta de prensa, a los que no fueron ajenos sus cuñados Capote y Garabito, vecinos ambos de la Rambla.

La entrevista hace referencia a la afición del hijo de don Heliodoro al fútbol, y de eso sí me acuerdo, aunque vagamente, que antes de la guerra o durante ella lo vi jugar una vez, creo que en verano, de extremo izquierda del Tenerife, y que se decía entre el público asistente que estudiaba en Madrid. Al menos esa faceta queda debidamente cubierta por este curioso lector.

De lo que ya no estoy tan seguro es lo que dice su viuda de que terminó sus estudios alrededor del 48. A Lolo le cogió la guerra con 22 años, en edad militar por tanto, si bien no recuerdo verle vestido de soldado, no sé si porque simplemente no me fijé o si es que le cogió fuera de su casa. Pero sí que me acuerdo de verle ya en el 39 y años posteriores en Madrid, cuando yo me fui a estudiar. En aquella época había para mí tres estudiantes emblemáticos en Canarias, los tres estudiantes de Ingeniería, a los que la guerra cogió en media de ella, y que eran Rafael Lecuona, primo hermano mío y alumno de la Escuela de Minas; Antonio Lecuona, primo del anterior aunque no mío, alumno de la Escuela de Ingenieros Navales (a ambos les cogió la guerra en Madrid, donde se pasaron juntos los tres años entre camuflados y escondidos), y Heliodoro Rodríguez, vecino de mi calle, alumno de la Escuela de Agrónomos. Al que veía alguna que otra vez por Madrid con independencia de a mi primo era a Heliodoro, porque por aquellos años empezaron a venir a estudiar a Madrid gente de mi edad más o menos, como los Capote y los Perera, muy ligados sus padres al fútbol y al Tenerife y asiduos a la Pensión Méjico, y todos nos veíamos los domingos por las tardes (entonces había clase hasta los sábados) en la Gran Vía, en el tramo entre la Red de San Luis y la Plaza del Callao, que entonces era el lugar de paseo por excelencia (que era casi lo único que podíamos hacer los estudiantes aparte de estudiar: pasear), donde estaban los grandes cines como Palacio de la Música, Avenida, Callao..., grandes almacenes, hoteles modernos como el Gran Vía, librerías como La Casa del Libro, cafés y hasta salas de fiestas estilo Pasapoga para las personas mayores y pudientes y algo golfas, no para estudiantes de tres al cuarto. Todo ello en una ciudad de un escaso medio millón de habitantes (como Las Palmas ahora).

Y allí vi varias veces, más bien pocas, a Heliodoro, para nosotros Lolo. La estancia por segunda vez en Madrid de aquellos estudiantes de antes de la guerra fue más corta de lo en principio pensado, porque a partir de no sé cuándo, imagino que con carácter inmediato, se organizaron para estos estudiantes unos cursos intensivos, de forma que en tres años acabaron todas las carreras, al menos en las Escuelas de Ingeniería, las llamadas Escuelas Especiales, por lo que mi primo Rafael terminó en el año 42, y lo mismo le pasaría al menos a Lolo. También recuerdo que en el año 41, en mi Pensión Amiano, calle del Prado, nº 10, había dos estudiantes de Medicina de Las Palmas, muy altos, y que terminaron ese año la carrera y ya al curso siguiente no volvieron, no sé si por acabar normal o por los años intensivos: eran Gregorito León y Agustín (Tintín) Bosch Millares, del que todos recordamos que así como las iniciales de su nombre eran ABM, las de su novia y futura esposa eran MBA. Supongo que como a los que estudiaban Ingeniería, todos terminaron su carrera el 42, año más, año menos. Por tanto, me parece sumamente improbable que Lolo terminase, como yo, el 48, como dice su viuda, nueve años después de reanudado los estudios.

Lolo tenía un solo hermano varón, el pequeño entre un ramillete de guapas mujeres, que también vino a Madrid a estudiar ingeniería, no sé si de Agricultura o de Montes, como lo hicieron también Pepe Oramas y su primo Leoncio Oramas, con los que me veía de vez en cuando, especialmente con Pepe Oramas, pues habíamos sido compañeros de curso en Bachillerato. El hermano de Lolo era Juan, si bien fue siempre conocido como Juani. Como los Oramas, era también dado a los vasos de vino y a la sana diversión, y su hermano alguna vez me preguntó si creía que Juani iba a aprobar alguna vez, pues, como a todos, le suspendían al principio. Mi interés por él era al mismo tiempo mayor, pues Juani era novio desde casi su uso de razón de María Nieves, prima de mi futura mujer, con la que, naturalmente, sin terminar sus estudios, terminó casándose, como entonces era normal. Así que era yo concuño de Juani pero no de Lolo. Según me contaba mi mujer, Juani era de siempre muy espléndido, aparte de buen jugador de fútbol, lo que hacía de delantero centro, y con el que jugué una vez en La Laguna, durante el Movimiento, y en las Fiestas del Cristo; a veces conseguía que su padre le prestase un coche de solo dos asientos y "transportín" posterior de otras dos plazas, que si llovía no había forma de protegerse; en ese coche, que en el tapón de agua del radiador llevaba un gallo dorado, que por algo los llamaban "los Gallos", solía llevar Juani a su novia y detrás a sus amigas o parientes y darles unas vueltas por las entonces escasas vías transitables, que se reducían a las de Santa Cruz hasta el Puerto. De su estancia en Madrid como estudiante, recuerdo que incluso su madre, supongo que para reforzar y controlar sus estudios, se vino un día a vivir a Madrid, lo que hizo con su hijo en un excelente piso en la calle Almagro, ya pasada General Martínez Campos, acera de los pares, donde estuve varias veces.

Y finalmente hay otro tema sorprendente, y es la anunciada amistad, según nos cuenta su viuda, del nobel Albert Einstein con el ingeniero tinerfeño, ya que, al parecer, Lolo fue a ampliar estudios a Estados Unidos gracias a una beca. Como Einstein enseñaba e investigaba desde 1935 en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, una institución cercana a la célebre Universidad de Princeton, New Jersey (una de las cuatro grandes americanas), aunque independiente de la propia Universidad, es de suponer que allí iría Lolo, y sería curioso saber cómo llegaron a conocerse y hasta a entablar conversaciones acerca de Canarias, tierra que nunca visitó el nobel, ya que su conocimiento de España se reducía a la visita del año 1923, ya siendo nobel, en que fue investido doctor honoris causa por la Universidad Central de Madrid, así como dio una serie de conferencias en Madrid, Barcelona y Zaragoza, generalmente acerca de su teoría de la relatividad. En Madrid, y presentado por el doctor Blas Cabrera, dio una conferencia en la Academia de Ciencias el 4 de agosto de 1923. La amistad de Blas Cabrera con Albert Einstein se prolongó hasta la muerte del físico español, como miembros ambos de las Conferencias Solvay, entonces de gran relevancia científica y de las que el científico español llegó a ser secretario; la útima de las sesiones, que solían ser cada dos/tres años, se celebró en el año 1935, en Bruselas, actividad científica que suspendieron ya para siempre tanto la guerra española como, primordialmente, la Segunda Guerra Mundial. Pero en ese año 35, al llegar Hitler al poder en Alemania, y dada la condición de judío de Albert Einstein, hubo por parte del gobierno republicano, y concretamente del embajador español en Londres Ramón Pérez de Ayala, e incluso el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Fernández de los Ríos, la intención de ofrecerle una cátedra en la Universdad madrileña, gestión que no cuajó, ya que el sabio prefirió elegir Estados Unidos como refugio seguro.

En el restorán madrileño Edelweiss, cerca de la Casa de Canarias y enfrente al Teatro de la Zarzuela, hay una foto que recoge la estancia en el mismo de ambos eminentes físicos. Como saben, Einstein murió en 1955, a los 76 años. El pobre Lolo vivió menos, solo 68 años. Descansen ambos en la paz del Señor y permanezcan los dos para siempre en nuestro recuerdo.