"EL LUGAR de Candelaria parece de quinientos vecinos, y su cura se llama don Agustín de Torres y es natural de la isla de Canaria; el actual prior del convento se llama fray Antonio Fernández y el alcalde es Francisco Ramos, vecino de Igueste. Las principales rentas del pueblo son el trigo y las frutas, y algunos aguardientes y vinos. Algunos vecinos subsisten de la pesca y las mujeres se ocupan de la loza, para la que llevan el barro o mazapé de la cumbre o de Arafo y el almagre de mayor distancia. Para barniz o lustre de la loza mezclan con el almagre el aceite de kelme, de ramosa y de otros peces. La hacen sin torno y tienen cada una hornos apropiados para cocerla". Hasta aquí, la descripción del III Vizconde de Buen Paso, Juan Primo de la Guerra, del pueblo candelariero, el 3 de febrero de 1810, al día siguiente de celebrarse los rituales litúrgicos tradicionales que conmemoraban la fecha del hallazgo en la güimarera playa del Socorro. Celebración a la que acudió a caballo seguido a pie, como no podía ser menos, por su fiel sirviente, que dicho sea de paso enfermó de resfriado a causa de la climatología y probablemente por ir insuficientemente abrigado. Afortunadamente, en el viaje de vuelta a La Laguna, y dadas las malas condiciones de salud de este, el vizconde no tuvo más remedio que alquilar un mulo para transportarlo. Mulo que además le facilitó el tránsito a la inquieta cabalgadura del aristócrata, abriéndole paso y dándole confianza para secundarlo al vadear los barrancos, por los que corría abundante agua de lluvia.

Nada de esto es previsible hoy, ni por el paisaje ni por el paisanaje que acude en masivas oleadas a celebrar los actos tradicionales de la Asunción de la Virgen, coincidiendo con la fecha del Beñesmén; celebración aborigen de la fiesta de la cosecha y de numerosos juegos tradicionales. La antaña efeméride de febrero, hoy solo fiesta litúrgica, se trasladó en su día al verano debido a la climatología adversa de la estación invernal. Baste imaginarnos las penurias de los peregrinos del lado norte de la Isla, remontando la corona de las cumbres nevadas de Las Cañadas para visitar a la Morenita. De ahí el cambio de fecha por la actual.

Sin embargo, hoy, en plena canícula agosteña, a los actos de la festividad se ha sumado el azote de los incendios fortuitos o provocados. Al indeseado baldón de la crisis económica le ha caído en desgracia este contingente de incendios que ahora mismo está asolando dos islas de nuestra provincia. Tenerife y La Gomera compatibilizan sus recursos técnicos para tratar de domeñar un fuego que se les escapa por los intrincados vericuetos de la orografía de las cumbres y los barrancos. Siendo estos últimos los más peligrosos por su inaccesibilidad a los medios de extinción y por ejercer de auténticos vehículos de propagación de las llamas hacia las zonas más pobladas, como ha sido el caso tinerfeño del municipio de El Tanque y el gomero de Valle Gran Rey, donde se ha tenido que evacuar a una gran parte de sus habitantes, y aun veraneantes ocasionales, a zonas limítrofes o de costa. Incluso, como en el caso gomero, de tener que ser evacuados por mar como única vía alternativa disponible y segura.

Decía este periódico en su editorial del lunes que con la que nos está cayendo de desgobierno tenemos ahora el añadido de estos desastrosos incendios. Y añado que no podían ser más inoportunos, habida cuenta de que la temporada estival sirve para que las pequeñas y medianas empresas, orientadas al consumo o al ocio y la restauración, puedan resarcirse siquiera temporalmente de una peligrosa caída del consumo interior, porque la economía doméstica ya no da para rechazar tantas acometidas tributarias y mermas salariales. Y es esta misma, o a la inversa, la que ejercerá de ficha de dominó a la hora del declive irreversible del consumo y la consiguiente ruina de un país, en este caso de Canarias, estando, como estamos, uncidos por la fuerza al carro hispano. Esperamos que algún día las Islas vuelvan a ser soberanas y dueñas de su destino. Ejemplo de nuestra dependencia lo tenemos en la necesidad de solicitar medios técnicos para sofocar los incendios y la lentitud de las respuestas condicionadas por la distancia geográfica. Y los ejemplos están desgraciadamente aún latentes.

Con todo, resultaba lógico que se suspendiera la tradición de ir en peregrinación por la dorsal insular hasta Candelaria. Lugar donde la masa forestal, ahora seca, es muy abundante y arde como la pólvora al menor descuido humano. Sin embargo, a pesar de la prohibición, el pasado sábado se dieron casos de personas que eludían intencionadamente los controles de vigilancia y seguridad para aventurarse en los senderos ahora vetados circunstancialmente. Dada la situación que padecemos y como medida de escarmiento, habría que sancionar severamente a todos los imprudentes que puedan generar una catástrofe o poner en peligro vidas propias o ajenas. Y que todos los que se consideren creyentes se aglutinen conscientemente en torno a la Patrona de Canarias en el tradicional marco de sus fiestas, con el deseo o la petición de que todo se resuelva cuanto antes.