ADVIERTE el refranero que las desgracias nunca vienen solas. También le dice Don Quijote a su escudero que un mal llama a otro. Se ha escrito durante estos días que, por si fuera poco lo que ya tenía encima Canarias, el fuego ha terminado de "arreglar" nuestra situación. Puede ser cierto que las desgracias llegan de dos en dos o de tres en tres, pero no veo relación alguna entre el desempleo -uno de los más altos de España- y la crisis económica en general con el hecho de que ardan los montes, pues los dispositivos contra incendios habituales no han sufrido recortes significativos; al menos de momento. Además, los siniestros forestales, al igual que los accidentes de tráfico, terminan por producirse por muchos medios de prevención que se habiliten.

¿El monte se quema o lo queman? Hace algunos años, cuando al llegar cada verano los montes de Galicia ardían por los cuatro costados, le pregunté a un gallego afincado en Madrid el motivo de tan reiterados desastres naturales. "Hombre, es que en mi tierra hay mucho monte y conviene quemar algo de vez en cuando", fue su cínica respuesta. No hablaba en serio, por supuesto, aunque algunas bromas, o son de mal gusto, o simplemente están de más. ¿Sobra monte en Canarias? Desde luego que no, aunque Tenerife posee en estos momentos una masa forestal superior a la que ha tenido desde hace más de un siglo. Por lo demás, la situación de La Gomera, con lo que se ha perdido de esa joya que es el Parque Nacional de Garajonay, solo cabe calificarla de catastrófica.

¿Se puede prevenir esto de cara al futuro?, es la reiterada pregunta siempre que ocurre algo como lo de estos días. Si fuera por los conservacionistas, los montes de las islas -de las islas que los tienen, claro- estarían permanentemente cerrados al público. Una medida absurda, sobra añadirlo, porque de poco o de nada nos sirven unos espacios naturales si no podemos disfrutar de ellos. ¿Medidas para evitar descuidos, imprudencias e inclusive malas intenciones? Por supuesto que sí. Podemos empezar por poner un guarda forestal detrás de cada pino. De otra forma, lo veo difícil. Es más eficaz optar por la educación, indudablemente, pero también por el temor al castigo. La conciencia fiscal empieza por el miedo fiscal, dijo Felipe González en sus tiempos de presidente. Quizá si quien quebranta una norma se enfrentase a una multa que le levantase los pies del suelo, amén, si la infracción es grave, de penas de cárcel, más de uno tendría mucho cuidado con lo que hace. Por ejemplo, no usaría los cuadriciclos -los quads, para entendernos en el lenguaje de los tiempos- por las pistas forestales. Si al que tirara una colilla por la ventanilla del coche en zonas peligrosas no solo se le aplicara la multa y la pérdida de puntos que prevé la ley, sino también algo más, tal vez descubriría que su coche tiene un cenicero.

En cuanto al uso intensivo de los espacios naturales para el esparcimiento, antes no importaba tanto que la gente fuera al monte porque ninguna isla soportaba tanta presión demográfica. Ahora la situación es distinta. Pero más allá de circunstancias sobrevenidas, no olvidemos que lo que impera en España -los montes no solo se queman en Canarias- es una cultura tan centenaria como atroz contra los árboles y contra todo lo que se parezca a un espacio verde. Lo demás nos viene por añadidura.

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