"DESPUÉS nos tocará a nosotros", me dice un francés al hablar de la crisis española. El calor es sofocante y el agua, casi gélida, que brota de una fuente al borde de una carretera alpina se agradece lo indecible. Meto la cabeza bajo el chorro y siento un alivio momentáneo. "Trabajé 30 años en Barcelona y ahora estoy retirado en un pueblo aquí detrás", añade el galo. Estamos a unos cuantos kilómetros de Gap y el aire quema. Este verano están ardiendo muchas cosas, además de La Gomera y La Palma. Es curioso porque, pese a cierto pesimismo larvado, los europeos siguen saliendo de vacaciones. Hay retenciones en las autopistas -incluso en las de peaje- y en las localidades costeras resulta difícil encontrar una habitación por menos de cien euros la dormida. En la España peninsular, al igual que en el resto de Europa, la temporada alta se sigue vendiendo sin recortes; muy cara; carísima. Los chollos se dejan para Canarias, donde llevamos décadas malvendiendo un clima excepcional y unos paisajes de ensueño a coste de saldo para que los disfruten a cambio de casi nada los guiris más belillos del continente.

"Lo peor de la situación española es lo mucho que van a sufrir los jóvenes", dice también el francés jubilado mientras señala a su hijo, de 24 años, que nació, vive y trabaja en Barcelona. España está de moda en Europa pero no por motivos meritorios para nosotros. De los éxitos deportivos, un tanto parcos en la actual cita londinense, no habla nadie. El triunfo de la selección de fútbol en la Eurocopa no la comentan ni en Italia, acaso porque los italianos son los menos interesados en rememorar derrotas humillantes. Los trasalpinos mueven la cabeza de un lado a otro, en cambio, cuando suena la palabra crisis. La opinión generalizada, a diferencia del francés que me encontré en la fuente, no es que ellos serán los siguientes, sino la de que ellos ya están con las barbas en remojo. A nadie se le escapa que tanto Italia como Francia reúnen las condiciones óptimas para que se les dispare la prima de riesgo en cuanto lo decidan "los mercados". No les afecta tanto el paro como a España, lo cual es una ventaja, pero su deuda es más alta. ¿El hecho de que no tengan tanto desempleo les permite afrontar los pagos con más garantías? Desde luego que sí, pero a los mercados -a los ingleses y a sus primos los gringos, para no andarnos con rodeos- la solvencia de un país les importa un pimiento. El objetivo es el euro; la moneda que tanto molesta al dólar y que impide la existencia de los antiguos negocios cambiarios en una zona -la Europa de la moneda única- que a día de hoy sigue concentrando el 20 por ciento del PIB mundial. Un negocio multimegamillonario que se volatilizó con la llegada del euro y que muchos sueñan con recuperar.

Posiblemente el francés de la fuente se equivoca. Es lo que pienso cuando lo veo alejarse junto a su hijo y otros moteros. Posiblemente al ritmo que vamos, la moneda única saltará en pedazos antes de que le llegue el turno a Francia, aunque las autopistas siguen atestadas de veraneantes que huyen de la realidad para retornar a ella, irremediablemente, el próximo mes.

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