EL AZOTE del fuego ha calcinado parte de los pulmones verdes de tres de nuestros territorios occidentales. Mucho se ha batallado contra las llamas, que se han cebado con saña en el paisaje, en los recursos naturales y en los bienes e intereses de muchas personas.

Lo inquietante es que, aun el tremendo varapalo recibido, el peligro de que se vuelvan a repetir mañana o pasado mañana es lo que realmente acojona. Vendidos como Torrebruno en una pelea de gladiadores, cabría esgrimir lo de más vale prevenir que curar, o lo de que los desastres se evitan en invierno. Los costos de apagar un incendio, además de los perjuicios directos que ocasiona, son bastante mayores que los derivados de una labor continuada de apoyo, limpieza, mantenimiento o prevención, dentro y en los lindantes de las masas forestales. Desde luego hace falta trabajo en nuestros abandonados campos. Probablemente por ahí deberíamos empezar.

Las medianías de las Islas, en los marcos actuales de producción o comercialización de cultivos, no son rentables, y esto es algo que deberíamos tratar de remediar. Si somos de los que menos cobramos de la Unión Europea, y dado que el campo tiene un alto componente de mano de obra, también deberíamos ser los más competitivos. Al contrario, con la irrupción del sector turístico, la terciarización de la economía y la importación de productos agrarios a precios "dumping" -por debajo de los costes de producción-, la medianía se ha ido despoblando paulatinamente. Es evidente que la franja perdida que va desde el monte hasta la costa tendría que contar con algún tipo de posibilidad de explotación en una Europa rica que consume desaforadamente el tipo de productos que se dan en la zona, y lo que sucede es al revés: son ellos los que nos inundan. ¿Qué clase de club es este? Como socios tenemos menos derechos que el chico de los recados, y encima los pirómanos andan sueltos, que por cierto hay que trincarlos poniendo miles de ojos en las medianías y en el monte. Al menos el incendio de La Gomera fue provocado con alevosía en varios puntos a la vez.

Lo importante es coger recortes y poner voluntad. Lo mismo que en la relación de los premios de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 con la crisis económica. Resulta que harían falta apenas 1.295 millones de medallas de oro para saldar la deuda pública del Reino de España, es decir, veintiocho metales por cabeza, según se desprende de un estudio de Mathew Rusell, gestor de renta fija de M&G Investments.

¡Vale! Pues aunque parezca inalcanzable, personalmente si me ponen la diana más cerca, en arco, en tiro, o si hay una epidemia colectiva que diezme totalmente a los atletas y a sus posibles sustitutos en la triatlón, puedo intentarlo, quizás con los caballos y en el ping-pong. No me veo en gimnasia rítmica, pero mi deseo sería aspirar a unas cincuenta, y ya con eso entiendo que garantizo las veintiocho que me tocan. España debe el 72% de su PIB, ascendiendo la cifra a 1.295.304.783, que teniendo en cuenta que de los 412 gramos que pesa una medalla dorada solo 6 gramos son de oro -menudo un tranque-, 381 de plata y 25 de cobre, y que su precio en el mercado rondaría los 700 dólares (la onza actualmente cotiza a 1.606,81 dólares), da y sobra. Hasta hay velillos, como el candidato republicano a la Presidencia de EEUU, Mitt Romney, que nos utiliza como ejemplo de mala gestión y despilfarro público diciendo: "Empresarios y negocios de todo el mundo y de aquí piensan que en algún momento América se convertirá en Grecia, o en España o Italia", cuando ellos están peor: cada estadounidense tendría que conseguir nada menos que 73 medallas de oro.

La deuda privada es la que nos debe preocupar, en particular con el exterior, aunque también haya que decir que la mayor parte de los habitantes de la Península e islas adyacentes son propietarios. ¡Todos somos propietarios! El porcentaje, comparativamente con otros países del entorno, es alto, debemos mogollón a las entidades de crédito y las empresas en general están enfondadas; eso sí, vivimos en nuestro propio piso.

Igual que con las medianías y los montes, "hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad" (Albert Einstein).

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José Antonio Infante