Escuetamente voy a escribir sobre aquellos polémicos asuntos que antaño censurábamos con enérgicos énfasis sobre conductas cívicas, políticas y sociales, que, ostensiblemente, nos creíamos estar en posesión siempre de la verdad. No todos aceptábamos ni compartíamos tantos desajustes. Era evidente que las altas esferas políticas no resolvían aquellos problemas deficitarios que a unos menos que a los otros pareciera que en nada favorecían. Aquellas crisis económicas, sociales y políticas hoy han nacido casi sin darnos cuenta. Es más, yo diría que nos han perseguido siempre, desde entonces hasta nuestros días, solo que, por tradición, nuestros hábitos quijotescos han prevalecido en nosotros, los españoles; hemos sido malos diplomáticos hasta para cambiar nuestra suerte. No hemos aprendido a ceder un solo ápice, aunque en ello llegáramos o lográsemos aclarar los sombríos caminos de nuestro destino nacional.

Hoy así lo entiendo, y hasta casi acierto un tanto a comprender a buen número de países comunitarios de la Europa unida, suponiéndoles perplejos ante nuestra pasividad a considerar la gravedad de nuestros problemas financieros. Como si nos sobrara el tiempo mientras nuestras gentes desesperan. A eso llamo yo ser quijotes.

Antaño no veíamos los perfiles sociológicos que cunden en nuestra democrática actualidad: ya casi ni sorprenden los numerosos casos de corrupción incontrolable, descaradamente atentan contra lo ajeno, con lo nuestro, mientras los recortes o ligerazos tronchan las esperanzas de supervivencia de un pueblo que agoniza de pánico ante posibles males, los peores, generados por esas sangrías de nuestros escasos recursos ultrajados por esa especie de hampa que se engorda a sus anchas. No me pregunten por qué no los detienen a todos ellos, si saben quiénes son. ¿Por qué será?

Entretanto, cada día que pasa, en la Europa comunitaria nos van conociendo mejor y manteniéndonos más a distancia; no se dejan engañar, como nos tienen engañados a nosotros con fantasías estériles y mentiras a mansalva. Valor hay que tener, llegar a comprometer la dignidad y grandeza de todo un pueblo, jugándolas al azar ante lo imposible sin importarles lo más mínimo el hambre y cuantas miserias más, que ya está sufriendo el pueblo español, y más drásticamente nuestras Islas Canarias.

Celestino González Herreros

El submarinismo como atractivo turístico

Hace ya años, el mundo asombrado contemplaba en la pequeña pantalla las aventuras del oficial de la marina francesa Jacques-Ives Cousteau, oceanógrafo y director de cine. A bordo de su nave "Calypso" nos hizo vibrar a todos con sus descubrimientos en todos los mares del planeta Tierra. Su serie "El mundo del silencio" creó una nueva conciencia sobre la naturaleza que nos rodea; y que el inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente plasmó de forma magistral en su "Fauna ibérica", divulgación científica de fama mundial que culminó con la maravilla de "El hombre y la tierra" (1975-1979).

Por motivos laborales, fui invitado a trasladarme por una temporada a una de las mayores empresas cerveceras del mundo: la modelo de México D.F., fabricante de la mundialmente famosa "Corona". Creación todo ello de un modesto emigrante leonés, D. Pablo Díez, era digna de estudio por sus métodos de comercialización y distribución. Corría el año 1962. Uno de los desplazamientos fue a Acapulco, en la costa del océano Pacífico. En una avioneta de la empresa Luis González, Claudio Zapata y yo sobrevolamos los canales de Xochimilco en todo su esplendor para aterrizar tiempo más tarde en la famosa ciudad turística, abierta a una gran bahía donde se podían ver mantas de hasta ocho metros de envergadura, mientras los carroñeros zopilotes, parecidos al buitre, eran un peligro para la navegación aérea. Fuimos directamente a la mejor escuela de buceo del lugar, donde un campeón mexicano nos facilitó el yate y los detalles para aquella primera inmersión. Inolvidable todo ello. Un mundo de silencio a nuestro alrededor. Experiencia sublime que muchos extranjeros y nacionales disfrutan en aguas de Tenerife. Y que se debe potenciar inteligentemente.

José Luis Montesinos Sánchez-Real