INADMISIBLE. Sí, señor, es inadmisible y vergonzoso que nuestros descamisados representantes de las administraciones no conozcan los topónimos de las Islas, que recurran al papel para pronunciarlos y encima lo hagan mal. Lo primero que debe hacer un profesional de este nivel es documentarse sobre el fragmentado territorio sobre el que tiene potestad para gobernar, conocer las singularidades del mismo; en otras palabras, demostrar que sabe hacer su trabajo, máxime con las cantidades tan elevadas de sueldo que percibe. No basta con quitarse la chaqueta y la corbata -como si estuvieran dispuestos a ir a coger la manguera o a desbrozar el monte-; tampoco aparecer con gesto estudiado para repetir como loros lo que los jefes de prensa o protocolo les han comunicado. Hay que estar ahí, con la señora a la que se le quemaron los animales, con la persona que se quedó sin las cosechas, con ese bombero que ha arriesgado más de la cuenta, con ese alcalde que lleva dos días sin dormir. Estar aunque no vayan a hacer nada, simplemente por solidarizarse con el dolor ajeno, que debe hacer suyo.

Odio ese "look" de camisa de firma remangada en los puños, algunas hasta con las iniciales del nombre bordadas en los bolsillos y con la huella de la corbata que se quitaron justo antes de la comparecencia ante los medios. Ese aparecer en la foto para rentabilizar la desgracia ajena me parece vergonzoso. Que informen de la situación los técnicos, los que realmente saben de vientos, perímetros, cortafuegos, orografía del terreno, calidad del combustible y comportamiento de las llamas. Y si ellos quieren -y deben- permanecer en el centro de coordinación de las tareas, que lo hagan, pero de manera discreta, pues están obligados a estar informados de la situación en cada momento y tomar decisiones al respecto. El fuego no sabe de siglas políticas, de los escalafones de la Administración y mucho menos de competencias y de burocracia. No se trata de acometer las tareas de extinción en agosto, a ver si se enteran de que los incendios se apagan en los inviernos, y que en Canarias tenemos cuatro parques nacionales, argumento más que válido para que desde hace años se hubiera pedido un hidroavión con base en las Islas, disponible para trasladarse a la Península si fuera necesario. ¿Cuándo entenderán que la naturaleza, si toma las riendas, no se para en competencias, audiencias ni otras hierbas? Hay que cumplir con tantos protocolos previos que así nos va; en lugar de todos contra el fuego, tenemos que esperar a que el descamisado de turno valore pedir ayuda al Estado o a la Unidad Militar de Emergencias..., a lo que se suma la distancia que tenemos con la Península, las horas que tardan en desplazarse estos aparatos y, evidentemente, los bosques y caseríos, los animales y las personas pueden ser y son pasto de las llamas. A nuestras cualidades como pueblo se nos debe añadir, además, la de la paciencia.

Y a todo esto, ¿dónde está el pirómano? No es fácil cogerle. Se tratará de una mente perversa, movida Dios sabe por qué intereses -que de todo hay en la viña del Señor- que recibirá una cantidad suculenta por iniciar un proceso de destrucción que lleva a una mayor desestabilización social. Se ha comprobado en otros incendios del espectro nacional en los que subyacen intereses varios detrás de algunos de los incendios, pero también puede ser alguien que disfrute viendo cómo mueren los árboles bajo el ondular -entre azul y rojo- de las llamas. Miren por dónde, he encontrado la respuesta a una pregunta que siempre me he hecho: por qué los árboles crecen hacia arriba, persiguiendo el cielo, como si estuvieran en permanente oración. Y ahora lo sé, están esperando en cualquier momento la llegada de su muerte.

Las leyes deben ser más severas con estos individuos, aplicársele la condena de privación de libertad por un tiempo, luego darles pico y pala para repoblar lo quemado, limpiar los perímetros de los montes, hacer cortafuegos y, cada vez que haya un incendio en España, llamarlos a capítulo y ponerlos en primera línea a luchar contra las llamas; que se les quemen las pestañas, que sientan su aliento candente en el cuello, que les salgan ampollas en las manos, que no puedan respirar y que hasta aprendan a rezar en arameo.

Mi solidaridad con las islas afectadas y un agradecimiento eterno a los que trabajan en contra de los incendios. Su lección de apuesta por la vida no tiene precio.