1.- El próximo jueves seré un ilustre jubileta. Por fin. Esto no significa que deje de escribir estos artículos, sino que oficialmente seré un jubileta, con licencia para mirar por los agujeros de las vallas de las obras. El jubileta, por no sé qué extraños designios, es un hombre sin vértigo. Es decir, se encuentra como pez en el agua alongándose a los hondos pozos que se abren para realizar una construcción y no sufre vahídos, ni nada parecido. También se me está poniendo sonrisa beatífica, por lo que intuyo que no me cagaré más en la puta madre que parió a unos cuantos, porque a esta edad corres peligro de que ni siquiera intenten darte un trompetazo a cambio; por viejo. Así que entra uno en una especie de estado de sopor y me imagino que empezaré a sufrir carencias en los bajos más pronto que tarde, con lo que habré rematado la faena de la perturbación más absoluta. Noto, incluso, que mi perra "Mini" me mira con pena y que se acurruca en mi cama con las orejas tiesas, con los ojos fijos en la puerta, no sé si esperando a alguien o consciente de que ya no me puedo defender y de que ella debe asumir una nueva responsabilidad. Aún así, quiero jubilarme, no para convertirme en un caradura que viaja gratis en el transporte público y no paga ni un euro por los medicamentos, sino porque, después de cotizar a la Seguridad Social desde 1970, ya me toca. Lo digo tras cuarenta y dos años de pagar mis cuotas como un auténtico machacante, porque casi siempre he sido autónomo y la cosa me la pago yo, no como los empleados del régimen general -que le dicen-, a los que la Seguridad Social se las cotiza su empresa. Dicho lo cual me quedo como el que revienta de divertículos y se siente libre por dentro y por fuera. Me llamarán abuelito, dirán, en las colas de "Iberia": "Que pase ese señor de edad", como si los jóvenes no tuvieran edad; y empezarán a tener conmigo una serie de consideraciones que no quiero ni procuro, así que cogeré no pocas calenturas a la vista de tamañas delicadezas. Sí pienso celebrar mi cumpleaños, el día 16, jueves, bebiéndome, yo solo, como si fuera un alcohólico, una botella de "Petrus" de las que me regaló mi amigo Hernando, "el Pocero", y que debe de andar por los 1.000 euros del ala. Es lo único que me queda de la época en que atábamos los perros con longaniza. Echo la vista atrás y me pongo a llorar. ¿Y por qué cuento todo esto? Porque al convertirme en el AbuelitoCebolleta tengo también derecho a enrollarme como una persiana y a contar historias mías, sublimándolas, que al fin y a la postre es lo que he hecho toda mi vida. Porque yo no soy un periodista, soy un fabulador.

2.- Esta larga semana, en la que he tenido que volver a Madrid, una ciudad sumida en el calor, contemplo con pavor lo que ha sucedido en un supermercado de Écija, la sartén de Andalucía, reventado por los vándalos que se justificaban diciendo que lo hacían para darles de comer a los pobres. Los pobres tuvieron tanta dignidad que rechazaron la deferencia. Y es que hay pobres muy honrados. Al frente, un tipo con cara de loco, alcalde de Marinaleda (Sevilla), que debe de ser un hijo ideológico mal parido de CarlosMarx; no de Groucho, porque si hubiera sido hijo de Groucho no hubiese sufrido de falta de inteligencia. Pero, más cerca, ha ocurrido otra cosa insólita. Un grupo de energúmenos arremetía el jueves por la noche contra los estudios portuenses de Mi Tierra Televisión, pateaban en el suelo a una hija de PepeLópez, su director, que en ese momento participaba en un programa en directo, enarbolaban botellas rotas en actitud amenazante, insultaban y desplegaban su odio contra un medio que tiene derecho a decir lo que le dé la gana, asumiendo sus responsabilidades como cualquiera. Parece que entre los energúmenos se identificaron a dos miembros de las Juventudes Socialistas. No quiero pensar que si la juventud sociata es así lo que puede pasar cuando sean mayores algunos de sus integrantes. Así les va. Me causa pavor que lo de Marinaleda dé pábulo a que personas descerebradas actúen por su cuenta en esta España -y en esta Canarias- atormentada. Se han cruzado denuncias en los juzgados portuenses, tuvo que intervenir un policía nacional de paisano para que la cosa no fuera a mayores y aquello pudo ser más grave, porque los agresores destilaban su mala leche. Eran chiquilicuatres de dieciocho a veinte años, mayoritariamente mujeres, que ahora deberán ser identificados e interrogados por la policía y por los jueces. Alguna de las gamberras ni siquiera era de aquí; uno de los padres llamó desde la península, alarmado, a ver en qué lío se había metido su hija.

3.- Y así fue transcurriendo la última semana antes de mi jubilación. Por cierto, algo que me bulle en el cerebro y que no me cuadra. ¿Por qué cada vez que cierto empresario del ramo de las grandes superficies quiere crear riqueza en Canarias otros ponen el grito en el cielo e intentan boicotearlo? De momento, no me interesa poner ejemplos, pero lo haré en su día. En estas islas malhadadas en las que anida la envidia nunca podremos salir adelante del todo. Porque cada vez que alguien mueve una piedra, mil se le echan encima. Hemos vivido años y años rodeados de políticos miedosos, cuando no trincones; de ecologistas que no saben hacer la "o" con un canuto; de funcionarios gandules, incapaces de interpretar las mil leyes contradictorias dictadas en estas islas para justificar la actividad parlamentaria de unos hombres y mujeres públicos analfabetos funcionales; es casi imposible invertir en Canarias por los gravísimos problemas de inseguridad jurídica a los que nadie mete mano, porque no interesa; hemos vivido pendientes de ciertos jueces y fiscales que no tienen puta idea de la realidad social de estas islas y que aplican las leyes de forma lerda; en fin, algo muy cercano al caos. Y no he hecho más que esbozar tres o cuatro de los temas que me preocupan, porque hay muchos más. Para faltar cuatro días para jubilarme no está mal, ¿no creen?

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