SUELE ser costumbre en las carreras de ciencias e ingeniería ponerles a los alumnos el problema de un depósito en el que entra agua por arriba y sale por un agujero del fondo. El aljibe suele tener cierta cantidad en un instante inicial y el discente debe calcular cuánto líquido queda pasado cierto tiempo. Al margen del método para responder con exactitud a este tipo de cuestiones -la resolución de una ecuación diferencial sencilla-, basta la simple intuición para comprender que si entra más agua de la que se pierde, el tanque terminará por rebosar. En cambio, si sale más agua de la que entra, llegará el momento en el que no habrá nada.

Durante mucho tiempo en las arcas públicas caía más dinero del que se escurría. No importaba cuán grande fuese el agujero del fondo: el tubo de llenado suplía con creces las mermas del drenaje porque había muchas empresas, fundamentalmente constructoras e inmobiliarias, que pagaban suculentos impuestos. Había dinero, por ejemplo, para políticas sociales que eran necesarias -y aun imprescindibles-, y también para otras absolutamente superfluas. Había dinero de sobra para que muchos políticos cobrasen sueldo -escuece leer que en determinada isla hay más políticos retribuidos que médicos en activo- y también para que los cargos públicos contratasen a un ejército de asesores, jefes de prensa y otros enchufados de diverso tipo, todos ellos retribuidos con bastante más de mil euros mensuales. Ser mileurista, conviene recordarlo, se consideraba una afrenta en este país.

Sin que nadie se diera cuenta -o incluso con muchos que se daban cuenta, aunque no hacían nada para corregir el yerro- el agujero del fondo se fue haciendo más y más grande, aunque no por ello bajaba el nivel del depósito. Al contrario: seguía subiendo porque no menguaba la cantidad de agua aportada. El día que se desplomó el tinglado financiero, explotó la burbuja inmobiliaria y, en definitiva, el voluminoso caudal que entraba empezó a reducirse hasta el hilito actual, advirtieron algunos cuán grande era el sumidero.

Dispuesto a minorar lo que tiene un difícil parcheo, lleva varios meses el Gobierno de Rajoy afanado con sus recortes. Ayer dio una vuelta más a la tuerca -por fin el IVA- con rebaja adicional para los emolumentos de los funcionarios. Lo malo, aunque eso no lo miden las simples ecuaciones con las que se calcula el agua del depósito, es que existe una sutil conexión -pero conexión a fin de cuentas- entre el caudal del agua que entra y la que sale. Curiosamente, o no tan curiosamente, tapar del todo el agujero de drenaje puede agostar en gran medida el volumen entrante.

Por supuesto que no digo nada nuevo con esto. Tampoco invento la rueda -o descubro el fuego- al decir que los recortes y los recortados, aquí y allá, son siempre los mismos, mientras que algunos permanecen siempre a salvo de cualquier contingencia. Verbigracia, el gerente de Visocan, Pablo Nieto. ¿Saben ustedes cuánto cobraba -ahora un poco menos- y con quién está casado este señor? Se los dejo como tarea para casa, eso sí, con una pequeña pista: la misma señora que ayer criticaba, muy seria y puesta en razón, las palabras de Rajoy en el Congreso de los Diputados.

Parece que el agujero del fondo continúa siendo bastante grande.

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