FUE en verano, en junio de 1962 y tras el llamado contubernio de Munich, cuando aparecieron por la isla "los deportados". Así se les conocía tanto a Íñigo Cavero, que fue más tarde, ya en la democracia, ministro con Adolfo Suárez, ocupando las carteras de Hacienda, Educación y Cultura, como a José Luis Ruiz-Navarro, exdiputado en las Cortes Generales, y durante el periodo de 1982-86 primer secretario de la Mesa del Congreso. Y junto a ellos también se trasladó a la isla, como responsable de su custodia y vigilancia, un funcionario del Cuerpo General de Policía, el cual convivía en su ambiente sin notarse apenas que ejercía algún tipo de control sobre sus idas o venidas dentro de la isla.

Un día, apareció un barco en el puerto de La Estaca altamente sospechoso, y Ramón Febles, que tenía un humor exquisito y al que le gustaba la broma, dio la voz de alarma en Valverde de que este barco (que era de guerra según él) venía para preparar la fuga de los deportados; ante esto, se montó un poco de revuelo, lo que hizo que el policía en cuestión se motivara y se desplazara por la vía rápida hasta el puerto, comprobando que el barco de guerra era un simple velero que se disponía a cargar pinocha para la isla de La Palma. Así, esta cuestión quedó zanjada sin contratiempo alguno, tomándose con cierta gracia y como una anécdota más.

Íñigo y José Luis hacían una vida normal y fueron aceptados por los vecinos de la isla no solo con cierta curiosidad, sino con respeto hacia unas personas que traían nuevos mensajes y diferentes discursos. La lectura era su mejor aliada, así como las excursiones, sobre todo la diaria al Tamaduste, donde los conocí y pudimos hacer una amistad durante el tiempo que duraron aquellas vacaciones mías de Salamanca. Contaban lo que les motivó ir a Munich, donde se debatió en profundidad que el tren de la democracia no pasara de largo y tener dispuesto a tiempo lo necesario para sacar a España de una situación embarazosa, displicente y sórdida.

Como joven que uno era, militante en la rebeldía, donde se deambulaba por los recovecos del pensamiento para dar con ciertas claves no solo de la historia oculta, sino la que nos esperaba, los deportados nos ayudaron. Sobre todo, por la experiencia acumulada de sus años de batallas en la clandestinidad, y de su prudencia, de su talla política y talante personal aprendimos las trabas, los enredos que se dispusieron por los poderes políticos de la época para seguir con la mordaza y los labios sellados. Porque si era al contrario, pues eso, lo que estaba detrás de la puerta, lo que esperaba, era el TOP o la deportación.

Con los deportados en la isla, el pensamiento se estiró y la hospitalidad herreña se prodigó con la elegancia con que lo sabe hacer ante unos personajes que nos llegaron por aquí y que fueron unos más de la isla.