1.- Esto ocurrió hace años. Yo estaba discretamente apartado del mostrador. Había ido a acompañar a una amiga que quería comprar lencería. La tienda era pequeña, como las de antes, con una pareja mayor de propietarios que atendía. Él se ocupaba de las prendas menos íntimas; la señora, con las más pudorosas. Y un mostrador de madera, quiero recordar. No sé ahora exactamente dónde ocurrió, si en Madrid, si en Sevilla. En las dos ciudades viví y en las dos tenía amigas que probablemente compraban lencería, aunque no me dedico a acompañarlas a los almacenes; ni recuerdo que antes fuera ésta la norma. En esto que entra un hombre joven, con pinta de paleto y con un atuendo estremecedor: pantalón de un color, camisa de otro, aún más chillón; un desastre. Se movía lenta y tímidamente y reparé que llevaba una mano cóncava, como si quisiera atrapar el aire. Con una de sus extremidades superiores en esa posición, eludió a la propietaria y se dirigió directamente al dependiente. Y le susurró: "Mi novia está ahí fuera, pero ella no se atreve a entrar. Quiero un sostén para sus teticas, que caben aquí, en mis manos". El hombre lo miró, sonrió y sacó al cabo dos o tres sujetadores, a cual más sugerente, que midió sobre la abrupta mano del cliente que, muy cortado y en silencio, se arrimaba cada vez más a la esquina del mostrador. De vez en vez miraba hacia fuera, desde donde una chica monísima, monísima y muy azorada, seguía su avatar a través de los cristales. Cuando obtuvo la prenda que él creía adecuada, la alzó levemente para que ella la pudiera ver, recibió por el aire su aprobación con un gesto con la cabeza, se la envolvieron, pagó y se fue.

2.- Cuánta ternura, ¿no? Una vez estaba yo en el CCCT (Centro Comercial Ciudad del Tamanaco) de Caracas, en Las Mercedes, justo enfrente del hotel del mismo nombre. Mi primer "Rolex" -cuando me los podía comprar- lo adquirí en la joyería "Roca", en ese gran almacén. Bueno, pues andaba yo con una amiga, viendo camisas en la tienda tan exclusiva de "Vogue". Miraba aquí y allá y de pronto se situó ante mí un señor, de guayabera, cuyo rostro me pareció conocido. Pero, enfrascado como estaba en lo mío, no le presté atención. Y se prendó de la camisa que yo tenía en mis manos. Yo me percaté de su interés, porque no dejaba de mirarla. Me daba no sé qué hurtarle al hombre la prenda de la que, al parecer, se había enamorado, así que le dije: "Tenga, para usted, aquí hay muchas que me gustan". El hombre me dirigió una mirada de agradecimiento. La amiga que iba conmigo, una venezolana hija de petrolero, me hacía señas, que yo no entendía. El hombre me dio las gracias, se llevó la camisa a la caja, pagó y se fue. Cuando salía levantó la mano en señal de saludo. Le pregunté a mi amiga: "¿Pero quién es, que su cara me es conocida?". "García Márquez", respondió; "acabas de engrosar la lista de los personajes de "Cien años de soledad", bromeó. Entonces recordé también que, en Buenos Aires, hace muchos años, me ofrecieron un manuscrito de una de las primeras obras de García Márquez, en el barrio de San Telmo. Por cuatro perras. No lo compré. ¿Seré imbécil?

3.- Estas cosas, a modo de memorias, debería contarlas en un libro, ¿o ustedes opinan que no? A lo mejor es mejor dejarlas escritas aquí y que las hemerotecas se encarguen de recordarlas en el futuro, si fuera menester. La vorágine de lo diario lo sepulta a uno, pero no es bueno sucumbir. Porque la historia, aunque sea nimia, interesa. Y la anécdota; y el detallito. Así que yo creo que es mejor aprovechar el periódico, que es un cucurucho de papel, como decía , para dejarlo todo plasmado aquí.

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