NECESITO vacaciones. Se fue junio que... ¡vaya cómo me asustó el año pasado! No cabían más cruces. Por la derecha y por la izquierda. Se pasaban o no llegaban. Mierda de análisis. Colesterol bueno, colesterol malo, anemia ferropénica, glucosa, triglicéridos, bilirrubina... Me recetaron vacaciones y hala, a tomar por saco las cruces.

Este junio ha sido distinto. Y tanto. Nos avisaron antes de Navidad. Llegaron los frascos en mayo. De Santa Cruz a Tacoronte. Veinte kilómetros. A ver, yo que soy de la matemática antigua lo diría así: un tren sale de Santa Cruz con una cajita de frascos en dirección Tacoronte. Tarda unos cinco meses en llegar. ¿Qué velocidad llevaba el tren? Pues veinte kilómetros dividido entre unos 150 días, viene a ser que ha recorrido 130 metros por día. O lo que es lo mismo, vaya manera de gastarse el dinero más tontuna.

Supongo yo que no nos harán venir en julio por la puta analítica. No te cuento si tardan en dar los resultados, aunque sea la mitad del tiempo que tardó el transporte. Parece un chiste. Graciosillo, si no fuera una vergüenza. Más tranquilo sí que estoy. Recórcholis. (Mi hijo dice que tengo que pagar un euro por cada taco, así que entiendan que recórcholis, pardiez, caray, ostras, mecachis... u otras cursiladas que aparezcan vienen a ser : notejode, mecagüenlaputa, hastalosgüevos, etc., etc., etc.).

Lo prometo cada año y no lo cumplo. Probablemente ahí esté el origen de mis males. Yo creo que uno ya va teniendo años para saber pasar de esa gente de gesto retorcido y rostro hierático a las que la risa les pasa siempre de largo. Gentes que pululan -qué bonito el verbo, si no llevara carne...- que pululan, decía, sin otro afán que buscar el talón de Aquiles del compañero. Sobre todo, si tiene cargo -parece que se paga el doble-. Gentes urañas, de ruidosas carcajadas pero huecas. Unidos por la perfección en el desempeño de su labor. Jua, jua, jua. Ven la paja en el ojo ajeno, pero ni notan la viga en el propio. C´est la vie.

Los aburridos, los negativos, los elucubradores, los renegados, los musos, los mustios, los amargados crónicos, los de la duda eterna, los retorcidos, los pesimistas, los resentidos, los pluscuamperfectos, los quejosos, los mohínos, los enfadados, los melancólicos, los lánguidos, los tristes, los agoreros, los sombríos, los fatídicos, los lúgubres, los misántropos, etc., etc., etc., son peligrosos, peligrosísimos, para la salud. Para la propia y para la ajena. Por cierto, ayer vi en una farmacia pastillas para el dolor ajeno. Qué buena idea. A alguno se las recetaba yo a ver si se daban cuenta de que la vida se vive una vez como para despilfarrarla en amarguras buscadas.

Siempre escuché que nadie necesita más una sonrisa que aquel que se niega a darla, ¡caray!, qué puntería. La amabilidad, la risa, pensar bien, el optimismo... deben declararse Patrimonio de la Humanidad y extenderse por decreto -tentación de dictador, supongo- a todo el mundo. Otro gallo nos cantaría. Y más de una pastilla también nos iba a ahorrar. ¡Pardiez! (Se lo digo bajito: pardiez aquí significa cojones. Si quiere, lea otra vez la frase, pero termine con el término traducido; verá que es diferente).

No puedo evitarlo. Hasta intento entenderlos. Seguro que todos arrastran fracasos y pasiones que pudieron ser y nunca fueron. Y en vez de luchar y alimentar las pequeñas ilusiones se agarran al arte de la vida como puro maquillaje. Fingir y mentir es lo mismo.

Hace más daño un falsificador de sentimientos que uno de documentos. Ellos creo que no lo notan. El problema está cuando nosotros tampoco.

Feliz domingo. Ah, y hoy: vamos a ganar a Italia ¡Recórcholis!

adebernar@yahoo.es