SE HA PUESTO de moda dentro del lenguaje político del partido gobernante, el PP, el escape eufemístico. Las cosas, en el afán de adormecer conciencias u ocultar realidades, no se dicen por su nombre. Se pretende con ello, además, no molestar, disimular, para no herir, para esconder desaires e incapacidades, y es ahí, precisamente, donde el lenguaje eufemístico tiene su mejor presencia. El que lo esgrime piensa que queda bien, que está en la razón y en el convencimiento de que los demás comparten la misma razón e idéntico convencimiento. Y no es así. El lenguaje eufemístico es una trampa que se ponen los que lo practican buscando una salida airosa, cuando lo que ocurre es todo lo contrario.

El lenguaje eufemístico demuestra en parte cierta cobardía por no llamar al pan, pan y al vino, vino. Es un recurso que se ha usado desde siempre para suavizar las cuestiones cuando son crudas, como las de este momento; es una huida perfectamente diseñada ante una comparecencia, o una información o cualquier circunstancia, que obliga a los responsables del gobierno a deslindarse, a transitar por un escenario que pone en evidencia la trampa dialéctica que se han fabricado por el descontrol de la situación, cuando esta viene dada y se quiere hacer ver que se es protagonista ejecutor o realizador de la misma.

Demuestra en parte el lenguaje eufemístico cierta compasión consigo mismo, como si se sintiera algún tipo de pena por ser así, y poniendo el rictus del desvarío en los músculos de la cara para dar testimonio de que no se está en lo correcto, que se inventa el argumento, que se atenúa, que se desvirtúa, porque así se da la sensación de que se está en un espacio más asumible, en un escenario más llevadero y que, por supuesto, la actitud del que ha tomado la decisión no solo se acrecienta, sino que mejora.

Es una de las equivocaciones y de las trampas que el lenguaje, en sus venganzas, pone en solfa y compromete a los que usan del eufemismo como escondite, como refugio o, simplemente, como escape o emboscada de sus tomas de decisiones que no han sido las correctas, que no han sido las que la gente quiere oír y se disfrazan con un lenguaje tenue, simplón, que parece un contrargumento para aquellos que no se chupan ni el dedo ni creen que hay dinosaurios en el siglo XXI.

Con el lenguaje eufemístico, de momento se va tirando, enrocando los argumentos, y mientras se embosca la realidad entre en los fárragos de las palabras.

Pero eso tiene un límite, un tiempo que es necesariamente corto, porque también no solo el lenguaje se cansa, sino que el que lo produce llega a quedarse sin palabras, dando entrada al balbuceo y a la incoherencia estólida.

El escape eufemístico tuvo su época dorada en la mitología griega, donde los dioses dislocaban situaciones con palabras atrevidas, deshilachadas, trastocadas, en la intención de confundir, porque el poder tiene un precio, como el trigo, como el pan, y, como diría Beltor Brecht, como un hombre, el cual es capaz de todo con tal de mantenerse, aunque diga eufemísticamente todo lo contrario y que lo que hace lo hace por el bien del país, como un acto de servicio supremo e ineludible.