ALGUIEN ha escrito que España no necesitaba un rescate económico sino uno moral. Sorprende -al menos a mí me llama la atención- que el autor de tal aseveración -posiblemente cierta- sea un activo periodista progre hijo de un, a su vez, periodista de izquierdas. Asombra por la innegable circunstancia de que no solo la derecha española necesita una catarsis. No hace falta recordar que el Estado español tenía un superávit del uno por ciento en sus cuentas en 2007 y que apenas dos años después, antes de finalizar 2009, el déficit alcanzaba el 11 por ciento. ¿Despilfarro de la izquierda? Sin duda; pero también de la derecha. Porque si era el PSOE quien tenía en sus manos el Gobierno central, no es menos cierto que en algunas comunidades autónomas gobernaba el PP; regiones, por añadidura, que no han sido nada ejemplares a la hora de racionalizar el gasto público considerando los balances que presentan a día de hoy.

Posiblemente este país necesite más rescates. No solo uno moral, que sería importante o incluso imprescindible, sino también otro económico, pues estiman algunos expertos internacionales -cuánto me gusta el término experto- que los 100.000 millones de euros del sábado son solo un tente en pié. Así lo recogía ayer un artículo publicado por el periódico británico The Guardian, aunque a los ingleses todo lo que suponga un fracaso de España les viene bien; sobre todo si es un fracaso relacionado con la moneda única, pues la debacle les daría la razón a sus argumentos de hace una década para quedarse fuera del euro. Razón -o razones, pues fueron varias las que expusieron- con las que trababan de ocultar sus auténticos intereses: mantener el tinglado de la City londinense; auténtica isla de piratas financieros, con sus correspondientes lavadoras de dinero en Gibraltar y otros enclaves alrededor del planeta, que le aportan a las cuentas de su graciosa majestad Elizabeth the Second nada menos que el 15% del PIB de su país. Condenados a que nos rescaten no solo económica sino también moralmente, bueno es que sepamos cuáles son los mecanismos a los que estamos sometidos. La última de Gibraltar ha sido bajar el impuesto de sociedades del 22 al 10 por ciento para ver si deslocalizan -y relocalizan en beneficio propio- alguna empresa más. El 22 por ciento ya era contrario a la legislación europea. Imagínense donde queda el diez. Pero tampoco se ha visto jamás que un filibustero mostrase el menor respeto por las leyes.

¿Rescate moral? Posiblemente, sí. Pero también otros. Verbigracia, un rescate de actitudes colectivas. Los buenos propósitos -esas promesas de mejora que uno se hace a sí mismo- son tan fáciles de adoptar como de incumplir. El problema son los hábitos. Un hábito no se elimina de la noche a la mañana. Cuesta bastante hacerlo. Algunas veces hasta resulta imposible librarse de él. Sin embargo, son esos hábitos los que rigen nuestro comportamiento en casi todo lo que hacemos. Por eso mal nos irá mientras no nos deshabituemos a vivir como ricos -porque no lo somos- y también a menospreciarnos colectivamente -otro de nuestros deportes nacionales- porque como pueblo no tenemos nada que envidiar a los ingleses, a los alemanes, ni a nadie.

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