NO SÉ si la periodista, adscrita a un periódico de la isla de enfrente, se encontraba en ese momento en pleno ejercicio de sus facultades auditivas. Porque lo cierto es que ha transcrito unas supuestas manifestaciones del hermano mayor de la Cofradía del Encuentro, Alejandro del Castillo, respecto al origen de las alfombras del Corpus en Canarias. Al parecer, sin cortarse ni un pelo, el descendiente de la saga de los Castillo ha expresado, desde el capitalino barrio de Vegueta (el mismo donde está ubicada la falsa casa de Colón) y junto a la Casa Condal, algunos evidentes errores cronológicos en su declaración:

"Esta alfombra -ha dicho- es muy histórica en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, data del siglo XVIII. Realmente el origen de las alfombras del Corpus en La Orotava viene de la ciudad de Las Palmas, del barrio de Vegueta. Una antepasada nuestra, Leonor del Castillo, casada con un señor de La Orotava de apellido Monteverde, decidió un año hacer una alfombra delante de su casa para animar la salida del Corpus. Este gesto fue después copiado y mejorado por La Orotava".

Para empezar, la tradición no data del siglo XVIII, sino de un siglo después. Luego está la salvedad de que la antepasada Leonor del Castillo y Bethencourt, nacida en Vegueta en noviembre de 1800 y casada el 13 de junio de 1822 con su primo Antonio María José del Sacramento de Monteverde y Bethencourt Rivas Ponte, natural de La Orotava, en el oratorio de la casa de sus padres, los Condes de la Vega Grande de Guadalupe, no concibió en Las Palmas la idea de confeccionar una alfombra de flores al paso de la procesión del Corpus. Por el contrario, esta fue emulada de la tradición italiana de adornar con flores el trayecto procesional, visto por la propia Leonor en un viaje que efectuó con su familia, poniéndola en práctica en La Orotava en el año de 1847. Y la finalidad no fue otra que realzar la efeméride festiva, que padecía un cierto declive circunstancial. Motivo por el cual encargó la elaboración de la alfombra a su cuñada María Teresa de Monteverde, además del primer boceto original, conservado aún en la casa solariega de los Monteverde, en la villera calle Colegio.

Consistía este en una serie de motivos vegetales, de estilo barroco, trazado con gis por María Teresa y la hija de Leonor, María del Pilar, con ayuda de sus sirvientes, sobre el empedrado de la calle; adornándose luego con pétalos de rosas, geranios y otras flores de diversos tonos, dando un matiz multicolor al pavimento, siguiendo las líneas anteriormente trazadas. No obstante, sus dimensiones fueron modestas: tres varas de largo por dos y media de ancho, lo que no fue óbice para que con ella se inaugurara dicha tradición en Canarias, y no en Las Palmas, como afirma Alejandro del Castillo en sus ambiguas manifestaciones. Aunque no es de extrañar que, por razón de parentesco y de las periódicas idas y venidas desde La Orotava a Las Palmas, la idea fuera copiada y quedara también reflejada en el corazón del barrio de Vegueta, y en algunos otros pueblos del Archipiélago, donde el empleo de materiales para su elaboración depende de las circunstancias ambientales y económicas del lugar, y que pueden ser a base de flores, arenas volcánicas, marmolina, sal marina, semillas, y hasta serrín coloreado con anilinas.

Pero no ha sido solo esta la evolución de la transmisión de la Villa por el ámbito del Archipiélago, ya que en la gallega Ponteareas se implantaría unos años después esta tradición, llevada de la mano de una dama orotavense casada con un magistrado destinado en dicho lugar. De este modo, esta manifestación de arte efímero comienza en dicha tierra gallega a partir de la segunda mitad del siglo XIX, bajo los auspicios de la Cofradía del Santísimo de la parroquia de San Miguel, siendo en 1968 declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional. Se da la circunstancia de que los alfombristas de La Orotava están hermanados con los de Ponteareas, y cada año se produce un intercambio de comisiones invitadas que viajan y elaboran respectivamente sus tapices, guardando siempre para ellos, y por cortesía, un lugar preferente en el recorrido procesional.

Así, pues, expuesta con más precisión el origen tinerfeño de la tradición alfombrista, extendida luego, como hemos dicho, en algunos pueblos de Canarias hasta llegar a Galicia, solo hay que recordar que esta costumbre existe hasta en quince países, como Portugal y Guatemala; destacando en la Península las de Castropol (Asturias), Celanova (Orense), Ponteareas (Pontevedra), Carrión de los Condes (Palencia), Caldas de Mombui (Barcelona). Y en Canarias, además de La Orotava, La Laguna y Tacoronte, también se celebran en Arucas o en la capital de la vecina provincia.

Creo que con estos datos he clarificado algo más las confusas declaraciones de Alejandro del Castillo respecto al origen de las alfombras en Canarias, que él mezcla intencionadamente con el lugar de nacimiento de mi tatarabuela Leonor del Castillo de Bethencourt, casada con "un señor de La Orotava, de apellido Monteverde"; que da la casualidad de que, además de ser mi tatarabuelo, era su primo carnal, pues ambos eran hijos de dos hermanas del insigne ingeniero e inventor portuense Agustín de Bethencourt y Molina.

Expresado lo dicho, solo me resta desear que la climatología no sea tan adversa como la del pasado domingo en La Laguna, donde la lluvia persistente impidió la salida de la custodia procesional y perjudicó sensiblemente el brillante y colorido aspecto de los setenta y seis tapices elaborados por entusiastas ciudadanos. Concluyo rogando a los vecinos de enfrente que, por favor, no adulteren más cualquier capítulo de la historia acontecida que caiga en sus manos. Que una mentira, repetida muchas veces, termina considerándose un hecho consumado. Ya puestos en ello, serían capaces hasta de cambiarnos nuestra victoria contra el inglés Nelson por su derrota contra el holandés Van der Does. ¿A qué esperan, entonces, para expresar las primeras tergiversaciones?