Conozco a un señor residente en Madrid que solo ha viajado una vez al extranjero. Sus vacaciones de verano siempre se limitaron a un mes, inevitablemente agosto, en una localidad de la costa mediterránea. Ahora, jubilado y sin problemas económicos, sigue veraneando durante ese escueto período canicular. Pese a lo que alguien pudiera pensar, y eso es lo que más me sorprende de su caso, no estoy hablando de un paleto sino de un profesional liberal prestigioso.

Un reportaje publicado en estos días me informa de que no estamos ante un caso excepcional. Uno de cada diez españoles jamás ha pasado una noche fuera de su provincia y solo el 52% ha viajado al extranjero al menos una vez. Si uno vive en un pueblo de Cuenca o de Palencia -dicho sea sin ánimo de ofender a los conquenses y palentinos-, hasta resulta comprensible. Pero, ¿es posible que en una región como Canarias, que recibe cerca de doce millones de turistas al año, estemos más o menos igual? Porque apunta igualmente dicho reportaje, sustentado en datos de la Encuesta Familitur del Instituto de Estudios Turísticos, que el 24% de la población de la provincia de Santa Cruz de Tenerife jamás ha traspasado sus límites. Me pregunto cuántos tinerfeños no han estado nunca en Las Palmas y viceversa. O, más aun, cuantos residentes en los pueblos de Tenerife no han visitado la capital de la isla más de media docena de veces desde que nacieron. Los guarismos porcentuales se tornan más sorprendentes -o más alarmantes- cuando miden el número de personas que han salido de su comunidad autónoma. Un 35 por ciento de los canarios nunca ha estado fuera del Archipiélago. Ciertamente si el nacionalismo se cura viajando, aquí tenemos motivos de sobra para entregarnos al más patriótico de los vernaculismos.

Sobra decir que, actualmente, pasar unos días en Madrid, en Barcelona o casi en cualquier localidad de la Península no es mucho más caro que desplazarse a otra isla, igualmente por motivos de asueto. El problema radica en que muchos canarios ni siquiera viajan entre las Islas, aunque su situación económica les permite hacerlo.

Hace tiempo que renuncié a recomendar la lectura. Hay gente a la que le gusta leer y leerá siempre, y gente a la que no le gusta leer y jamás cogerá un libro aunque baje San Pedro del cielo y se lo ordené. De la misma forma, hay personas a las que les gusta viajar y lo harán cada vez que puedan, y otras que prefieren seguir aquel famoso consejo de Alfonso Guerra: "en verano, en casa y con botijo".

¿Comodidad o un apocamiento que conduce al empobrecimiento personal? No lo sé. Algo ha cambiado, desde luego, cuando antes la gente hacía la maleta y emigraba a América -o a donde fuese- y ahora muchos rechazan un puesto de trabajo porque tienen que desplazarse del norte al sur de Tenerife. No estamos hablando, sin embargo, de viajes muy largos o incluso definitivos, sino de unas simples vacaciones. Y no ahora, cuando la crisis impone el botijo de Guerra, sino en los años precedentes cuando ha habido dinero para muchísimas cosas superfluas.

Solo cabe añadir que en una época tan cuidadosa con la xenofobia y el racismo, y con razón, poco ayuda a conocer a los demás encerrarnos a cal y canto en el terruño.

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