EL TIEMPO cuenta, pero importa tanto como la necesidad de aclarar situaciones como las que estamos viviendo. Sabemos que transcurre inexorablemente, pero las ideas bullen en la mente persistentemente y su alternancia nos permite dilucidar y exponerlas adecuadamente, sin prisas para no incurrir en errores o simples equivocaciones, de las cuales tengamos que arrepentirnos más tarde, cuando los comentarios hayan trascendido hasta los distintos sectores receptivos.

No sabría cómo hacerlo mejor para que quedaran reflejadas nuestras inquietudes, viviendo como estamos obligados a transigir tantos cambios y conductas que, en definitiva, no sabemos ni nos lo han informado de a dónde nos quieren llevar. En realidad, no se trata de cómo hacerlo mejor, por mi parte, claro está. Son otros los factores, los medios prudentemente aplicados, la sapiencia e inteligencia capaz de encuadrar y verificar, de momento, los medios aconsejables desde la lógica.

No se pueden menospreciar ni la cultura ni la sanidad ni los servicios sociales. ¿Estamos locos? ¿Qué más quieren recortar? Trabajito van a tener para rato.

No ataquen a los jubilados ni destruyan a nuestra necesaria juventud, aquellos que -muchos de ellos- pensaron en formar una familia y con la falsa ayuda hipotecaria de aquellos bancos y los esfuerzos incontables muchos por fin han levantado su casita y la habitaron; luego vinieron los hijos y con ellos la familia creció. ¡Qué ilusión! Y de súbito, poco a poco, fueron detectándose los primeros síntomas vergonzantes amparados en nuestra crisis nacional (¿?) de repente. Cuando antes de dar el préstamo hipotecario ya sabían la que nos guardaban.

Y así nos apuñalaron traidoramente al no prevenirnos de que no era el momento apropiado para pedir préstamos bancarios, que ellos sabían la que se nos venía encima. Para los incautos solicitantes aquello fue un descarado fraude que jamás la justicia contempló, una traición cívica y social. Fue como coartar nuestras legítimas libertades, nuestras justas aspiraciones, nuestras necesidades e ilusiones cívicas. Fue un innecesario rompimiento y, a la vez, vergonzoso pensar primero en sus beneficios sabiendo que iban a quedarse con todo aquello que ayer fuera el indispensable aval con que responderían esas humildes familias.

La banca española no ha sido transparente con sus usuarios, los ha engañado al derecho y al revés. Ellos se creen los vencedores, pero les anuncio que están muy equivocados. La España de ayer debe sentirse muy dolida. En varias décadas, los políticos de turno han empañado sus modélicos perfiles y los valores más ambiciosos han enturbiado aquella imagen suya personificada. Pese a los desarreglos habidos y que al comienzo de nuestra transición política, poco a poco, con marcada mesura, fuimos subsanando valientemente, hasta que el consabido virus ambicioso de la corrupción y del descaro fue expandiéndose por todos los rincones, corrompiendo todas las estructuras gubernamentales, atacando primero a las más sensibles, como es bien sabido; y hemos oído y leído a diario hasta cansarnos el asco y la repulsa.

Sinceramente, es muy penoso tener que soportar lo insoportable y sentirnos tan indefensos ante tamaño desastre político, social y económico.

Los culpables se esconden tras el pesado telón de la equivocada democracia y son los primeros responsables que con discursos estériles, pero ponzoñosos por sus contenidos y fatuas perspectivas, quieren convencernos de que "no pasa nada" en España y sus propiedades ultraperiféricas. Claro está, a costa de nuevos recortes, que hasta el aire que respiramos nos lo van a controlar.