MUCHO se ha escrito sobre las consecuencias que nos ha deparado la profunda crisis económica que sufrimos. Han sido cientos los artículos escritos por otros tantos comentaristas en todos los periódicos nacionales, sin mencionar los debates televisivos y radiofónicos que la situación ha generado. Ante esto resulta casi imposible inhibirse y no aportar el granito de arena que debe reflejarse en una colaboración semanal como esta y, sin embargo, resistiré la tentación de hacerlo. Como he dicho en otras ocasiones, cuando he abordado de manera sesgada otros temas -religiosos, deportivos, culturales...-, hay comentaristas especializados en ellos y no sería conveniente enmendarles la plana; zapatero -sin segunda intención-, a tus zapatos.

Sí querría, no obstante, analizar, aunque fuese de forma somera, los efectos que una política de gastos mal enfocada ha ocasionado a la ciudadanía. Los ayuntamientos, lanzados a la vorágine que supone la rectificación de sus planes urbanísticos, disfrutando a manos llenas de los millonarios ingresos producidos por las licencias de edificación -otorgadas, en muchas ocasiones, de forma injustificada-, no dudaron desde el primer momento en acometer todo tipo de obras para mejorar su municipio: algo loable si hubiesen tenido dinero para ello. Sería interesante consultar las hemerotecas y confeccionar una relación de todas ellas, lo cual serviría al mismo tiempo para constatar la inquietud de los ediles que las impulsaron. Carreteras, puentes, túneles, residencias para mayores, bibliotecas, piscinas cubiertas, polideportivos y un sinfín de obras más aparecerían en la mencionada relación, sin que faltasen las tradicionales fotos que trasladarían a la posteridad el momento solemne de la colocación de la primera piedra.

No hará falta decir que los actos mencionados en el párrafo anterior, dejando a un lado los beneficios que supondría para el pueblo en cuestión la obra iniciada, lo más importante era la repercusión mediática del acontecimiento. La noticia, bien tratada y difundida en los medios de comunicación apropiados, suponía para los políticos implicados un importante bagaje, sobre todo si pensaban en ese momento en las próximas elecciones; algo tiene el agua cuando todo el mundo la bebe. Pero las cosas no han salido como todos las habíamos previsto -digo todos porque en la economía doméstica los acontecimientos han seguido el mismo rumbo-, llevándonos a una situación que creíamos imposible y que el mismo Gobierno ve difícil solucionar.

Sin querer apartarme del tema que afronto en este comentario, resulta risible que los ayuntamientos pretendan que el Estado no reduzca sus ingresos, aunque tendrán que pasar por el aro, puesto que los que reciben directamente de los ciudadanos no dan para cubrir sus gastos estructurales. Podrían cubrirlos, sí, en gran parte, si sus presupuestos no se dedicasen en más de un 75% a sufragar los costes laborales. Siendo esto así, nos encontramos con unas entidades públicas descapitalizadas, necesitadas de disminuir su personal y sujetas a las críticas de una población que se queja constantemente del estado de las carreteras, de la sanidad, de la educación, de la limpieza... y del estado de abandono que presentan muchas obras emprendidas "in illo tempore", en la época de las vacas gordas.

Creo que en la actualidad no hay un solo ayuntamiento en la isla capaz de presentar un dossier en el que figuren las obras presupuestadas, sacadas a concurso, adjudicadas y... terminadas; ni uno. Se han quedado a medio camino -antes las señalaba: carreteras, puentes, polideportivos, residencias para mayores, bibliotecas...-, infinidad de obras que, por si fuera poco, afean el paisaje por el abandono que presentan. El pueblo se queja por su aspecto, reclama en los medios de comunicación su limpieza, que se ataje su deterioro, pero ni para eso hay dinero. El que hay -mejor dicho, el que haya- es preciso dedicarlo al pago de las nóminas de los funcionarios, que por si fuera poco sufren su arbitrario recorte.

Difícil de resolver el via crucis que atravesamos. Mermados los ingresos que recibimos, si nos dedicamos a no gastarlos, la situación económica empeorará al faltar el consumo; o sea, la pescadilla que se muerde la cola. ¿Qué hacer, entonces? Pues..., en mi opinión, continuar como hasta ahora, pero siendo más comedidos en el gasto. Los polvos pasados, hasta cierto punto nuestra petulancia, nos han traído estos lodos. No nos ha servido para nada la fábula de la cigarra y la hormiga. Como he dicho en otros artículos, no se debe hacer una carretera cuando ya hay otra, ni un aeropuerto cuando hay un servicio marítimo que cubre ampliamente las necesidades, ni un polideportivo para que sea utilizado por cuatro gatos..., ni una universidad cuando sobran plazas en las existentes.