1.- Los que me ponen de moda son, acaso, mis enemigos, a los que no conozco por lo general. Es interesante saber, además, que se me atribuyen las cosas más estrafalarias e, incluso, lo que no he escrito jamás, ni tampoco sé quiénes lo escriben. Ni me interesa. Me empezaré a preocupar cuando no lea nada sobre mí -o, mejor, cuando no me lo cuenten- en esos digitales, flores de un día, de un año o de un siglo, que pululan por la Red. Me encanta este jueguito, al que jamás respondo porque como no conozco a mis exegetas tampoco vale la pena rebatir lo que dicen. Jamás me he querellado contra nadie, ni pienso hacerlo, a no ser que toquen, un suponer, a mi familia. Y me divierto mucho con las opiniones que algunos tienen de mí, sin conocerme lo más mínimo. Admito que estar 42 años en primera línea es muy jodido, pero aquí ando, a punto de pasar a la dulce vida del jubilado, cobrando del Estado, que ya me lo merezco. Estoy en la cuenta atrás, qué gozada.

2.- El otro día me llamó un amigo para decirme que estaba fuera de sí cuando leyó mi artículo del domingo pasado, "Los Kirchner de El Sauzal". Hay gente que lee todo lo que escribo, no me lo explico. Un lector se comunica por mail para confesarme que hace 22 años que me sigue. Le he preguntado si se encuentra bien, que me diga la verdad. Otro me escribe para alertarme de que los camareros del bar/restaurante de Ángela Mena, en El Sauzal, se juegan la vida cruzando la calle para atender las mesas de enfrente. Y yo qué sé. Pues tendrán un seguro, digo yo. También cruzan Recoletos los camareros del Café Gijón para servir en la terraza. Otro me dice que cuando yo me burlo del lenguaje perverso y de sus muletillas, que no olvide la expresión "dar el perfil": "no te admitimos porque no das el perfil". Es verdad, vaya pollabobada.

3.- El otro día me ocurrió algo curioso; no es la primera vez y lo atribuyo al calor y al cansancio: me quedé dormido sobre el teclado, pero profundamente dormido. No sé cuánto tiempo permanecí fuera de combate, pero les aseguro que un buen rato. Cuando desperté comprobé que las últimas líneas del artículo eran una sarta de incoherencias; es decir, que perdí el control poco antes de caer desplomado sobre la mesa. Qué miedo, menos mal que no apreté el botón de enviar, porque chiquita mosca para el receptor del mensaje. Cuando desperté sonaba la música del ordenata: "...con cadencias de palmeras/una trigueña me espera/suspirando en Las Mimosas". El "Ay, Santa Cruz". Qué bien, qué plácido.

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