LAS CATAS de rastreo sobre la economía sumergida en los países que tradicionalmente se consideraban desarrollados muestran que mientras en Estados Unidos, con todo el fregado que tienen encima, podemos estar hablando de un 7% del PIB y en Japón del 8,8%, en el Viejo Continente se establece una muy marcada brecha entre los tradicionales Estados centroeuropeos de rentas más elevadas -Austria, Luxemburgo y los Países Bajos a la cabeza-, en los que la economía sumergida es inferior al 10% del PIB, y otros recientemente incorporados a la Unión, entre los que destacan Bulgaria, Rumanía y los países bálticos, cuya cara opaca supera el 25% del PIB.

Los datos, que únicamente podemos extrapolar comparativamente deducidos de otros que sí aparecen en las estadísticas, sobre la dimensión y peso de la cara oculta de la economía, son difíciles de digerir para España. Se escapan al fisco unos 240.000 millones de euros, que suponen 73.000 millones sin recaudar, y, si no se remedia, todo hace suponer que las últimas subidas de impuestos aprobadas por el Gobierno van a agudizar el problema, con la particularidad de que en los cálculos que se transmiten sobre la economía de supervivencia esta "solo" aparenta representar un tercio del total. Los otros dos tercios, e incluso mayor proporción, se localizan por arriba.

Lo constata un informe distribuido por la CEOE a los miembros de la cúpula de la patronal. Recoge el trabajo realizado por el profesor Friedrich Schenider, jefe del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad Johannes Kepler, de Linz (Austria), e investigador del Instituto de Estudios Laborales (IZA) de Alemania, con conclusiones similares a las de otro estudio recientemente encargado por el Grupo Socialista del Parlamento Europeo al Tax Research UK.

En sus sesudas y muy parejas deducciones señalan para el fraude masivo tres causas principales: 1.- la imposición directa e indirecta, real o percibida, porque "un aumento de la carga impositiva ofrece un fuerte incentivo para trabajar en la economía sumergida"; 2.- la carga de la regulación, puesto que "un aumento de la carga normativa ofrece un importante incentivo para entrar en la economía sumergida", y 3.- la moral tributaria o actitud de los ciudadanos hacia el Estado, dado que una reducción de la moralidad tributaria tiende a elevar el tamaño de la economía sumergida.

Como en las dos primeras causas nos parece que somos siempre los que más aportamos y cumplimentamos del planeta entero y en la tercera, simplemente, no hay rastro de eso que se denomina "moral tributaria", el resultado es que presentamos una media que puede andar en torno al 22,5% del PIB, en Canarias algo más, mientras que en la UE, por el efecto de las incorporaciones antes mencionadas de países más pobres, es del 22,1%.

Que tampoco es tanto, aunque lo que huele fatal es la comparación frente a los países centrales y avanzados, incluidos Francia, Alemania, Reino Unido e Irlanda, con un notable oscurecimiento solo superado por Grecia, Italia y Portugal.

La distribución de arriba a debajo de la presunta defraudación a la Agencia Tributaria es la que nos debería hacer reflexionar. La misma que en los vuelos de avión se separa cada vez más en comodidades a las clases turistas de las "business class". Mientras que el número de usuarios del transporte aéreo no ha parado de crecer (en 2011 superó los 2.800 millones de pasajeros, según IATA), su espacio vital ha menguado: desde 1978, el espacio medio entre las filas de asientos ("seat pitch") en clase turista se ha empequeñecido en 7,2 centímetros, frente a la ampliación a 220 centímetros de espacio que disfrutan los pasajeros -tomo a Iberia como referencia aunque se pueden incluir todas las compañías- de sus clases Business Plus (con sillones que pueden transformarse en camas y habitaciones particulares), o los holgados 127 centímetros de distancia que hay entre las filas de butacas de Business Club.

Antes nos ofrecían una comida, después la merienda y por lo menos el café, pero hoy ni caramelos. No solo la chapata de jamón serrano o de tortilla cuesta 6 euros, la cerveza 3 y las Pringles, 2,50, sino que además nos llevan tan apretujados que algunas compañías han propuesto que para los vuelos cortos podríamos ir de pie agarrados a la barra como en la guagua o el tranvía.

Y bueno, ¿qué remedio?, lo poco gratificante es ver que mientras tanto en la "business" hay un despelote.

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