TIENE uno ya tantos años encima que nada –o pocas cosas– le sorprenden. La experiencia –la propia y la ajena–, la lectura, el día a día que nos toca vivir, poco a poco van formando nuestra personalidad de tal manera que, ante cualquier acontecimiento, nuestra respuesta puede ser un encogimiento de hombros. Si no respondemos así es por respeto al mensajero que nos ha traído la noticia; en definitiva, para no estropearle la esperanza que tenía de sorprendernos. Nada nuevo bajo el sol, se dice en el bíblico libro del “Eclesiastés”, y es cierto. La Humanidad tiene ya sus años, y resulta lógico pensar que el camino que nosotros vamos a recorrer ya otros –hace unas décadas o unos siglos– lo han hollado. Si no encontramos referencias escritas del hecho en sí probablemente se debe a que se han perdido por el paso del tiempo, las guerras, las calamidades, etc., aunque de todas maneras el hecho de conocerlas no nos servirían de nada puesto que el ser humano solo aprende –escarmienta– de sus propias experiencias. Todo este preámbulo para, no obstante, rebatirlo al final diciendo, sí, que todavía hay cosas que logran sorprendernos. Lo último –supongo que en el futuro habrá más– es la petición formulada por algunos partidos políticos españoles –de dónde si no– solicitando al Gobierno que se elimine la disposición que permite a la Iglesia católica no pagar el IBI; ya saben, el Impuesto de Bienes Inmuebles. Claro, uno al leer la noticia –todos los años los mismos individuos solicitan lo mismo– debería pasar inmediatamente a la siguiente página del periódico, ya que quien la difunde no merece la más mínima atención por la sencilla razón de que no sabe lo que dice –o sí lo sabe, y lo que pretende es sembrar cizaña–. Si me detengo, sin embargo, es para manifestar mi asombro ante la constante persecución que recibe la Iglesia católica en nuestro país. En otros –no en todos, lamentablemente–, cada ciudadano tiene sus creencias y se le permite celebrar cultos sin impedimentos de ningún tipo, siempre, como es natural, que respete a los demás. Pero en España no ocurre lo mismo: porque somos más demócratas que nadie, porque a mucha gente no le gusta el clero, porque se piensa que tienen muchas prebendas... Y de nada sirve intentar convencer a esta gente de que están equivocados, que la labor social que la Iglesia realiza es impresionante –escuelas, hospitales, guarderías, comedores públicos...–. En fin, ¿para qué seguir cuando en esta época de crisis que vivimos hasta los agnósticos alaban su actuación en pro de los necesitados? Pero volviendo al asunto del IBI, al fin alguien se ha atrevido a responder con gran sensatez a quienes se lamentan de los beneficios que recibe la Iglesia. Se trata del padre Jorge, que ejerce sus funciones en la parroquia Beata María Ana Mogas, sita en un barrio madrileño, el cual ha aprovechado la Red para informar no solo a sus parroquianos sino “al público en general”. Dice el padre Jorge que la exención del IBI no solo la disfrutan los inmuebles de la Iglesia católica dedicados al culto sino los de cualquiera otra creencia religiosa. Pero es que, además, la norma se aplica igualmente a los edificios pertenecientes a gobiernos extranjeros o que les sea de aplicación la exención por convenios internacionales; los pertenecientes a la Cruz Roja; los terrenos ocupados por las líneas de ferrocarriles y los edificios en ellos enclavados; los colegios concertados; los pertenecientes al patrimonio histórico artístico; las entidades sin fines lucrativos, etc., sin olvidar, para remachar el asunto, las prebendas que reciben los partidos políticos y los sindicatos, que no están obligados a declarar lo que ingresan por cuotas de sus asociados ni nada relacionado con sus actividades económicas, muchas de ellas llevadas a cabo gracias a las subvenciones millonarias que reciben del Gobierno, o sea de nuestros impuestos. Termina su escrito el padre Jorge con unas consideraciones sobre la labor que realiza su parroquia, atendiendo a cientos de familias con alimentos, consiguiéndoles trabajo a algunos de sus componentes y proporcionándoles ayuda a muchos inmigrantes que deambulan perdidos por la gran ciudad. Quizá, dice él irónicamente, el problema se solucionaría en parte si los ayuntamientos, para aumentar la solidaridad de todos, en vez de enviar a los desheredados por la fortuna a las entidades religiosas para remediar sus males y carencias, lo hicieran dirigiéndolos hacia las embajadas, las oficinas de la RENFE o los museos, que, no lo olvidemos, tampoco pagan IBI. En fin, ya lo dije al principio: es inútil intentar convencer a quienes tienen por norma no atender a razones. Las que valen son las suyas, sin importarles nada que la Iglesia católica actual haya cambiado mucho respecto a la de hace cuarenta años, y que lo único que desea es que le faciliten los medios necesarios para continuar desarrollando su tarea con los más pobres, tarea esta que debería ser llevada a cabo por las autoridades, no por las entidades religiosas.