1.- Reconozco que he sido un tipo con suerte. En la noche de los tiempos, cuando compré la Enciclopedia Británica, que naturalmente conservo, la editora tuvo la gentileza de pedirme una frase sobre ella. Dije algo así como que mi vida registraba un antes y un después de usar esta monumental obra de consulta. Y cuál no sería mi sorpresa al ver que esta frase apareció, junto a las de otros escritores poseedores de esta joya, en la publicidad en español de la Enciclopedia. Y así me vi junto a y a otros genios de la literatura, fruto naturalmente de la casualidad. No sé dónde está esa página, que recorté de "El País" y enmarqué. Pero en mis sucesivos traslados -me he mudado más veces que Juan Ramón Jiménez- la perdí. Supongo que se podrá conseguir en las hemerotecas. Bueno, pues ayer, con consternación, leí la noticia de la desaparición de la edición de papel de la Enciclopedia Británica. La Red se la comió viva. De su última edición (2010) sólo se habían vendido 8.000 ejemplares, cuando en 1990 se consumieron 120.000.

2.- Y es que, en la Internet, la Enciclopedia se actualiza cada 20 minutos y se puede consultar -pagando 70 dólares al año- todas las veces que se quiera. Es una maravilla al alcance de cualquiera, pero probablemente con mucho menos romanticismo que aquellos tomos tan bien encuadernados, impresos en papel biblia, con millones y millones de datos que uno leía con verdadero deleite. Bueno, en mi biblioteca está y allí seguirá hasta que Dios quiera. La impersonal Internet nos ha privado de una joya, que ahora será mucho más joya, en cuanto va a ser más difícil encontrarla porque nadie se desprenderá de ella.

3.- Ya no nos queda ni la Enciclopedia. El viejo Espasa parece que sí. Tuve uno, de mi padre, que perdí en un traslado; y más tarde compré a plazos todos los tomos de una edición más reciente, con sus correspondientes suplementos. Es el árbol de la sabiduría, el compendio más excepcional de lo que ha ocurrido en el mundo desde que se tiene noticia del propio mundo. Un universo maravilloso el de las enciclopedias, que nos alerta cada día, cada minuto, de la excepcional belleza de nuestro idioma y del idioma de los demás, en el caso de la Británica. Sé de gente que ha aprendido inglés leyendo esta última. En fin, entonemos este réquiem por algo excepcional que se nos ha ido. Descanse en paz la edición de papel.

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