SABEN de todo, pero son ignorantes irredentos y confunden su desconocimiento e incapacidades con el desparpajo que tienen en todo aquello que dicen o escriben, o en las actitudes que asumen en cualquier tipo de circunstancias, donde creen que sus vacuos conocimientos sirven para abrir caminos cuando, en realidad, lo que hacen es zambullirse en la nadería y en la majadería de no ser sinceros consigo mismos, lo cual es la mejor deducción de su desconocimiento universal.

Los expertos han impulsado al mundo, a la ciencia y todo aquello que redunde en el conocimiento del ser del humano en la mejora de las relaciones entre ese ser y el mundo, y lo han hecho a través de la preparación que tienen por el esfuerzo efectuado dentro de las instituciones competentes, capaces de suministrar ese saber, puesto que cuando uno va por libre puede obtener algo de lo que se presume, pero el esfuerzo que se hace durante una vida por intelectualizare, por ser experto de algo para que se le tenga en cuenta como garantía personal, requiere no solo estudio, sino algún tipo de examen que indique que se está en el camino de ser titulado experto de algo.

Expertos de la nada en estos momentos de incertidumbre, tanto política como profesional e individual, pululan por cualquier esquina, donde se sabe de todo aunque se ignore sobre lo mismo; se habla de todo y de cualquier cosa poniendo el acento como diciendo que es poco más o menos el rey Midas o que está situado en el Focida, en lo más alto del Olimpo. Y como es así, aparece la estupefacción y la desazón al no entender que es un espécimen este, el de experto de la nada, el que más abunda; el que cuando se requiere la opinión de alguien no se va a los oráculos, no acude a las universidad o a las instituciones donde se prodiga el conocimiento, sino a cualquiera que dore la píldora, o al que genuflexionando babosamente se pone al servicio de la nada para hablar de la nada, en donde realmente sí que son expertos.

Los expertos de la nada se pueden encontrar en cualquier lugar, y lo peor de esto es que llegan a confundir, a meter gato por liebre, que luego más de uno asume su falaz conocimiento, que se traduce en copia de aquí y de allí y se forma a su alrededor una panoplia de desconocimiento y de despersonalización que es para echarse a reír y hacer el mejor de los chistes.

Los experto de la nada, sin embargo, hay que tenerlos en cuenta porque son capaces de todo: de aventuras insulsas de confundir, de aleccionar, de desbarrar, de deslegitimar, de machacar, de impresionar a los incautos y, sobre todo, de embaucar a los ignorantes, que piensan que su galimatías es una máxima, un desiderátum capaz de alumbrar las cuestiones oscuras.

Los expertos de la nada, en un momento crucial, cuando hacen falta sabios y sabiduría consecuente, lo que abunda es la mediocridad, la estupidez o los falsarios que tienen su corifeo, que tienen los pagadores de sus desatinos, de sus memeces, y de todo aquello que adorna el mejor argumento para que todo no solo se quede como está, sino que se vaya peor, por el camino del mutuo adulamiento, donde el siamesismo de lo vulgar se une para en ese maridaje alumbrar lo estólido, lo que no dice, lo que se diluye en el marasmo de la argumentación falaz, que conduce a eso, la nadería, en la que son verdaderos expertos.

Los expertos de la nada, que viven del cuento, aparecen, desaparecen y cuando retornan llegan con nuevos bríos, son para echarse a temblar ante sus desatinos, sus bravuconadas, que adornan con palabras huecas y con frases que se alejan de la lógica, de un pensamiento original, empeñados en ser plagiadores por excelencia.