EL DÍA emplea el lenguaje que usa en sus editoriales en beneficio del pueblo. Cuando criticamos a algunos políticos, de forma especial a Paulino Rivero, a su esposa Ángela Mena, a Ricardo Melchior, a Ana Oramas, a Javier González Ortiz y a tantos y tantos otros -de CC solo salvamos a unos pocos, como hemos dicho en repetidas ocasiones-, lo hacemos en beneficio de los canarios porque estas Islas no se merecen mandatarios políticamente tan indignos. Algunos nos dicen que son términos muy duros los incluidos en nuestros comentarios y editoriales. Otros nos recriminan que recurrimos al insulto con demasiada frecuencia. ¿Hay mayor insulto que lo que está haciendo esta gentuza política con el pueblo canario? ¿No es un insulto que sus señorías del Parlamento de Canarias se subieran los sueldos mientras el pueblo pasa hambre? ¿No es un insulto que no se los hayan bajado pese a la tremenda crisis que nos azota, en gran parte debido a la ineptitud de quien nos gobierna?

Escribe uno de nuestros apreciados colaboradores, en un artículo que publicamos en nuestra edición de hoy, lunes, que muchos de sus amigos lo incitan "a escribir sobre los editoriales de mi periódico de siempre". Nos alegra que considere a EL DÍA como algo suyo. Sabemos que formamos una familia; una gran familia que no acaba en las puertas de esta casa, sino que se extiende por todo Tenerife y todas las islas porque allí donde hay un canario amante de su tierra, allí está el día para defender sus intereses.

Confiesa este amigo que sus muchos años de colaboración con nuestro periódico, en el que siempre ha tenido las puertas abiertas -y las seguirá teniendo- le impiden hablar en contra de don José Rodríguez, a quien le reconoce el derecho a pedir la independencia y la soberanía de Canarias. Añadimos que José Rodríguez, como cualquier patriota, no solo tiene el derecho sino también el deber de buscar lo mejor para su tierra. Y lo mejor para este Archipiélago ahora mismo, además de la desaparición política de Paulino Rivero, es poner fin a una dominación colonial que nos ahoga porque esquilma nuestros recursos y nos impide desarrollarnos como un país próspero.

Añade nuestro colaborador que vivió doce años en Andalucía, la tierra de su padre, y que se siente tan canario como cualquiera, "pero no pueden pedirme que reniegue de ser español". Respetamos su opinión -como lo demostramos con la publicación de su artículo- pero no la compartimos por absurda. Lo decimos sin ánimo de herir la susceptibilidad personal de alguien a quien, lo repetimos, apreciamos desde hace varios años. Se puede ser español, lo cual es muy digno, o se puede ser canario, que también es motivo de orgullo y lo será aún más cuando vivamos como ciudadanos de una nación soberana y no como súbditos de una colonia. Lo que no se puede es ser español y canario porque -esto también lo hemos escrito en múltiples ocasiones- un canario no es español. Un canario es un natural de su tierra canaria, aunque seiscientos años de dominación española, con los miedos a la tortura y a la muerte que nos infundieron en el pasado, con la narcosis que vino después y con la bufonada actual de presentarnos ante Europa y ante el resto del mundo como una comunidad autónoma española, le hayan hecho pensar lo contrario a la mayoría de la población isleña.

Afirma asimismo nuestro apreciado colaborador que le disgustan las palabras ofensivas contra personas públicas, "pues detrás de un personaje político hay una familia, padre, hijos, hermanos o simplemente amigos". Aquí, dos puntualizaciones. La primera es que hemos dicho hasta el cansancio que nuestras críticas se refieren exclusivamente al político, no a su persona. En consecuencia, sus familiares, allegados y amigos no tienen por qué sentirse ni aludidos, ni afectados. Realmente, tampoco ha de verse afectado en su faceta personal el político criticado. La segunda puntualización nos parece de Perogrullo: nadie está en la política a la fuerza. Quienes obtienen un cargo público por la vía de las urnas, o por designación de los que han sido elegidos en las urnas, asumen también vivir permanentemente en una galería cara a un pueblo que tiene derecho a criticarlos. Y los políticos actuales, salvo unas pocas excepciones, merecen durísimas críticas por lo que están haciendo.

Sin ánimo de justificarnos, porque no estamos obligados a ello, esto es cuanto hemos de decirle a nuestro apreciado colaborador.