PAULINO Rivero tiene por costumbre levantarse temprano y correr unos cuantos kilómetros antes de incorporarse a sus tareas diarias. Un buen hábito. Cuando duerme en Tenerife, practica deporte en las inmediaciones de El Sauzal; y cuando debe hacerlo en Las Palmas, por motivos de su cargo, cambia de calles pero no renuncia a su ejercicio matutino. Sin embargo, como los intereses políticos no tienen por qué estar reñidos con las carreras urbanas, en las semanas previas a las últimas elecciones autonómicas cambió con frecuencia de escenario para sus galopadas mañaneras; en vez de El Sauzal o Las Palmas prefería Arrecife o Puerto del Rosario. Hábil en el arte del cango -no en los terreros de lucha pero sí en la arena política-, sabía el vernáculo presidente que de esas islas le vendrían los votos, amén de los apoyos postelectorales, necesarios, para continuar como presidente pese a su previsible derrota en los comicios. "Hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos", decía Romanones. "Ganen ustedes en las urnas y déjenme a mí los pactos", es el lema de CC.

El caso es que la política manda sobre la razón. Y lo hace en cualquier ámbito. Incluido el concerniente a la explotación de los recursos. Sobre todo porque el ecologismo siempre ha tenido buenos réditos para quien aspira a un cargo público. ¿Existe alguien en su sano juicio que se oponga a la conservación de la naturaleza y, además, lo manifieste abiertamente? No; no se conoce a tal individuo (o individua) sobre la faz del planeta. No está pensando Paulino Rivero en la conservación del entorno natural, pese a estas consideraciones, cuando se opone tajantemente a los sondeos de Repsol. Simplemente está cavilando el apoyo de los majoreros y conejeros a su partido. Y lo hace no pensando en el futuro porque los políticos no agradecen favores ni guardan rencores; lo pretérito, bueno o malo, ya no les mueve el molino de la supervivencia. Lo hace únicamente pensando en el porvenir.

Sobran todas las razones sobre la conveniencia de explorar la existencia de petróleo en las cercanías de Canarias; razones como las recogidas en una información que ayer publicaba este periódico con el título "Mitos y realidades de las prospecciones petrolíferas", en las que no voy a entrar porque, insisto, ¿para qué? ¿Es posible, por ejemplo, divisar desde la costa una plataforma situada a sesenta kilómetros de distancia? Con el catalejo tan grande que tienen instalado en el Roque de los Muchachos seguro que sí; a simple vista, pues no sé qué decir.

La mejor razón para no buscar petróleo no la he leído ni oído en radio o televisión durante estos días. La mejor razón me la dijo el otro día un colega al que aprecio mucho. "Un catedrático me dijo una vez que en todos los países donde se extrae petróleo hay guerras", comentó circunspecto. "Desde luego que sí", le respondí. "Gran Bretaña está en guerra, al igual que Noruega, México, Venezuela, Brasil y algunos países más que no solo aprovechan sus recursos, sino que lo hacen racionalmente y sin conflictos".

Lo peor es que no será esta la última excusa, a cual más peregrina, que escuchemos durante las próximas semanas en contra de las prospecciones. Después de todo, a Rivero no hace falta darle ideas sobre sus conveniencias.

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