SE HAN REALIZADO, después del relevo de Jean Claude Trichet en la dirección del Banco Central Europeo (BCE), ahora con Mario Draghi a la cabeza, dos macroinyecciones –una en diciembre y otra el miércoles pasado– de liquidez a largo plazo con más de un billón (con b) de dinero al 1%. A esta última unos ochocientos bancos acudieron en masa y solicitaron 529.531 millones de euros. Se nota que el transalpino cogió las riendas. Algunos cabezas cuadradas están que trinan y ya lo están llamando a capítulo. El alemán Jens Weidmann –presidente del Bundesbank y miembro del Consejo de Gobierno del BCE– le ha mandado una misiva envenenada en la que lanza una clara advertencia sobre el riesgo y los altos costes que las principales políticas del BCE suponen a Alemania, el país que más contribuye a la zona euro. Asegura que el BCE está amenazando su reputación. Por ello, propone un retorno a las normas vigentes antes de la crisis y hace alusión directa a las exigencias colaterales que el BCE solicita a los bancos de la zona euro para acudir a sus préstamos. En este sentido, propone mayores requisitos o garantías para los más débiles. No a la barra libre. Haciéndose eco del disgusto ultraconservador lo expone una frase del periódico británico Standard Chartered: “Están sembrando las semillas para la próxima crisis”. Lorenzo Bini Smaghi, antiguo miembro del Consejo Ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE), ahonda más en ese planteamiento y añade que los bancos se han convertido en “adictos” a este tipo de financiación tan fácil, algo que supone un freno para que puedan sobrevivir por sí mismos cuando la crisis haya finalizado. El peligro es que el mercado de liquidez siga funcionando como un circuito cerrado. Las entidades bancarias prefieren aparcar el exceso de dinero en la institución europea a prestarse entre ellas o a la economía real. El economista del HSBC Trinkaus Stefan Schilbe escribe: “Actualmente, la mayor parte de lo prestado por el BCE vuelve a su origen”. La crisis de la deuda pública, la amenaza de una rebaja general de las notas soberanas de la zona euro por las agencias de calificación financiera, el aumento de la ratio de fondos propios de los bancos europeos y la preocupación sobre la coyuntura económica son las principales causas del fenómeno. De todos modos, la jefa, Angela Merkel, que seguramente dio anteriormente el visto bueno, se ha mostrado condescendiente con la actuación y hasta ha celebrado que la subasta de liquidez sirva para apoyar a la moneda única dando tiempo a los jefes de Estado y de Gobierno para hablar de políticas de crecimiento. Entiendo que simplificando mucho se dan dos visiones extremas traducidas en poderes fácticos dentro de la Unión para afrontar este desastre que supone la crisis. Una que, aceptando la necesidad de austeridad en las cuentas públicas, pretende relajar los recortes dilatándolos en el tiempo con una política monetaria expansiva tipo la que se ha aplicado con ciertos indicadores de éxito en EEUU; y otra que solo entiende de disciplina fiscal, de austeridad inmediata y de baja intensidad en el papel activador del mecanismo financiero central del Viejo Continente. La barra libre o el corsé, incompatibles. La canciller, con este capotazo a la segunda inyección de liquidez, en línea con lo esperado y que de momento solo ha generado una tibia reacción en los mercados, más la aparente conformidad con la ampliación del Fondo de Rescate y del Fondo de Estabilización, puede estar evidenciando una cierta capacidad para manejar el acelerador y el freno a la vez, cosa a mi modesto entender fundamental para, por un lado, no salirnos de la carretera y, por otro, que no se nos vaya a calar el coche. La recesión está llamando a las puertas de Europa. El PIB de la Eurozona se contrajo un 0,3% en el último trimestre de 2011, según estimaciones de la oficina de estadística europea Eurostat. Países como España ya tienen garantizado el retroceso. Visto desde el punto de vista egoísta, a los países periféricos les interesa que la barra libre funcione mejor, que haya políticas ambiciosas de crecimiento; y a los países centrales, que el corsé apriete michelines y mandingas para que no se vayan a desparramar. Pero como todo está ligado, ni barra libre ni corsé: ¿qué tal unas copitas en tops –prenda similar que apenas altera figura–?

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