EL DINERO, como la energía, ni se crea ni se destruye; simplemente se transforma. Aunque en el caso del dinero ni siquiera eso, pues tan solo se limita a pasar de mano en mano. De Europa nos han venido ingentes cantidades del llamado vil metal que pasaban de las manos comunitarias a las nuestras de una forma fluida y reconfortante que parecía no tener fin. Un cuerno de la abundancia en tiempos modernos al que nos acostumbramos peligrosamente. Un chollo, en definitiva, que disfrutamos primero en forma de subvenciones y luego mediante préstamos fáciles. Entrábamos en un banco un tanto cohibidos para pedir un crédito, nos hacíamos recibir por el director esperando una mirada furibunda pero, sorpresas de la vida, todo eran sonrisas, parabienes, palmadas en la espalda... ¿Doscientos mil euros para comprarte una casa que vale eso? ¿Y por qué no añades un poco más y aprovechas para amueblarla? ¿No irás a poner en una casa nueva los muebles viejos que tienes en la de ahora? Además, ¿por qué no aprovechas y cambias de coche? Así te quitas problemas de taller y de ITV durante unos años ¿Te parece que pongamos 250.000 por si surge algún imprevisto? Cualquiera que hubiese entrado en el maldito banco esperando un recibimiento hostil tenía la sensación de que estaba tocando el cielo con las manos.

Huelga añadir que todo eso se acabó. Ahora ya no llega dinero de Europa -hay otros países más necesitados de ayudas al desarrollo que nosotros, aunque no tengan tantos parados- y los bancos europeos no le prestan dinero a los nuestros para que estos, a su vez, nos concedan hipotecas generosas. Al contrario: ahora reclaman lo mucho que les debemos tanto nosotros como las administraciones. Y como el dinero -lo decía al principio- no se crea de la nada, no queda más remedio que hacerlo cambiar de manos. Opción que en este caso, para que nos vayamos entendiendo, supone quitarle lo poco que todavía tienen los pocos que aún poseen algo para que la Administración no decaiga en su gasto.

Algo por lo que ha optado la Comunidad Autónoma de Canarias -o por lo que piensa optar, porque lo usual en estos casos es soltar primero un globo sonda a ver cómo reacciona el personal- con ese anuncio de una eventual subida de impuestos en las Islas. ¿La razón? Pues el recorte estatal; bueno fuera que Madrid no tuviese la culpa de cualquier desgracia acontecida por estos alrededores. En cualquier caso, el Gobierno de Canarias dice que no puede perder un euro más. Por supuesto que no. Sería una maldad impedir, por ejemplo, que el señor presidente no vuele más en helicóptero, o que se cierre la televisión -y la radio- autonómica, o que el Parlamento no gaste medio millón de euros en un sistema para grabar en vídeo los debates de sus señorías con el fin de colgarlos luego en la Red. ¿Por qué no ponen una película de Cantinflas? Nos reiríamos lo mismo sin necesidad (ninguna) de que nos expriman más el bolsillo.

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