YA LO HE DICHO en otras ocasiones: a veces es preferible no leer los periódicos, no oír la radio ni ver la televisión para poder seguir caminando por la vida con un estado de ánimo medianamente constructivo. Las razones son claras: son tantas las malas noticias que los medios de comunicación nos permiten conocer que, en conjunto, se hace difícil sobrellevarlas. Ante esto uno no puede menos que preguntarse por qué suceden tantas desgracias, catástrofes, controversias, enfrentamientos..., y la respuesta, al menos para mí, no puede ser más evidente: siempre ha sido igual, incluso más violento el pasado que la actualidad, solo que antes no existía la facilidad de llevar la noticia de un lado a otro instantáneamente. África, Asia, Sudamérica, también Europa, han sido focos constantes de guerras, conflictos tribales y fronterizos, luchas religiosas, etc., que han exterminado poblaciones enteras, masacrado etnias e implantado regímenes políticos no deseados por los habitantes de inmensos territorios, pero de ello el resto del mundo se ha enterado en muchas ocasiones una vez acabada la refriega.

Pero esos conflictos no surgen por generación espontánea, como si hubiese un detonante que, de repente, los hiciese entrar en actividad. Las causas producen efectos, y resulta a menudo sorprendente que, siendo aquellas evidentes, no seamos capaces de detectarlas y evitar de ese modo los daños que pueden producirse. En ese sentido somos francamente cándidos, pues no damos la importancia que merecen a los signos que nos indican lo que puede acontecer. Volvemos siempre -y mis lectores me perdonarán por ser reiterativo- a la teoría del caos de Edward Lorenz, que se apropió para demostrarla del viejo proverbio chino "el simple aleteo de una mariposa puede producir el caos a decenas de miles de kilómetros". Siendo esto evidente, lo lamentable resulta que no seamos capaces de detectar esos "aleteos" cuando se producen ante nuestras propias narices.

La noticia de la alarma social que "aletea" sobre las Islas ha sido acogida, por ya sabida, con total resignación. Nos limitamos a decir que es una de las consecuencias de la crisis económica que reina en el mundo, lamentamos la angustiosa situación de los parados y pedimos al Todopoderoso -incluso los que no creen en Él- su ayuda para no caer nosotros en ella. Sin embargo, no nos damos cuenta de que en las Islas somos unos dos millones de habitantes y que, de ellos, 300.000 están en el paro. Teniendo en cuenta la población trabajadora, dicho paro alcanza ya el 30,2%. O lo que es lo mismo: si usted va a dar una vuelta por la santacrucera calle Castillo y se encuentra con mil personas, considere la posibilidad de que trescientas no tienen trabajo.

Debe de ser terriblemente angustioso para las personas que carecen ahora de empleo acudir al albergue municipal -o a las casas de acogida- a solicitar un plato de comida. Con el agravante, además, de que no van solos, sino con toda la familia. ¿Cuándo se ha visto esto en Santa Cruz? Tendríamos que remontarnos a los años de la posguerra, del Auxilio Social, de las campañas para la Navidad de los humildes..., en definitiva, a épocas pasadas que nadie creía ya revivir. Una situación en verdad angustiosa, deprimente, sin que haya una fórmula mágica que logre erradicarla. O quizá sí: la que se está aplicando para que tantas y tantas personas no sufran la vergüenza y la humillación que la crisis les ha aportado: mantener la ayuda a los parados todo el tiempo que sea necesario; incluso aumentando los impuestos para conseguir los fondos precisos para ello.

Estoy seguro de que si esos 420 euros con los que el Estado ayuda a los parados se eliminaran, la situación se volvería caótica. Unos padres sin recursos de ningún tipo, con hijos que alimentar y alquileres que pagar, harían cualquier cosa -y me refiero a cualquiera- para solventar su problema, incluso conculcar la justicia. No sé si será una consecuencia de las carencias que estamos sufriendo, pero ¿por qué se han incrementado últimamente los robos? No han sido cometidos, por supuesto, por padres desesperados al ver que no pueden aportar a sus hogares aquello que pueda garantizar su subsistencia, pero si la situación empeora ¿quién es capaz de garantizar que no se llegue a eso?

Que los impuestos que pagamos quienes por ahora podemos hacerlo tengan como fin primordial ayudar a los que atraviesan las penosas circunstancias con que la "pugnetera" crisis les ha golpeado. No pensemos ahora en obras faraónicas, en celebraciones fastuosas ni en espectáculos costosísimos, que, en mi opinión, degradan nuestra tan cacareada solidaridad. Tiempo habrá para ello más adelante -dentro de uno o dos años; qué más da-, pero que a ningún tinerfeño, a ningún canario, le falte un plato de comida.